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Rocío Ñancupil: “Lo más importante de estos reportajes es que provocan la presión de la opinión pública”

Rocío Ñancupil y Catalina Volenski:

“Lo más importante de estos reportajes es que provocan la presión de la opinión pública”

Rocío Ñancupil y Catalina Volenski ganaron el PPE Universitario en 2020 por la investigación que publicaron en Ciper sobre los sacerdotes acusados de abuso al interior de un hogar para niños y adultos con discapacidad. En esta entrevista, las coautoras profundizan en el impacto que generó esta denuncia tanto en la sociedad como en ellas  mismas y su compañero, Joaquín Abud: todos jóvenes que se curtieron reporteando un tema que se mantuvo silenciado por años, al mismo tiempo que se titulaban y comenzaban a abrirse camino en los medios de comunicación.

Por Sofía Vera

En septiembre de 2019, una versión más acotada del proyecto de tesis que Catalina Volenski, Rocío Ñancupil y Joaquín Abud presentaron en la UDP para obtener el título de periodistas, fue publicada por Ciper. En el sobrecogedor reportaje titulado “La dinastía de los sacerdotes acusados de abusos sexuales en el hogar San Ricardo”, son los testimonios inéditos de los exempleados y benefactores de ese establecimiento perteneciente a la institución católica Obra Don Guanella en Batuco, los que acreditan las agresiones sexuales que habrían cometido los religiosos Nelson Jerez Silva, Jorge Domínguez y Rolando Contreras, en contra de niños y adultos que juraron proteger.

Uno de esos testimonios publicados es el de Amelia Rivera, quien fue nochera en el hogar San Ricardo en 2007. Ella recuerda, entre otros episodios estremecedores, a Jerez refiriéndose a los residentes con las funcionarias más antiguas de esta manera: “Estos niños están buenos para hacerles la zamba canuta”.

Los delitos se habrían perpetrado por años en completa impunidad, en parte, porque las víctimas cuentan con serias dificultades y limitaciones para comunicarse. “Hablamos de personas en situación de discapacidad (motora, intelectual y neurológica, entre otras) que no pueden hablar bien ni defenderse, y que no son tomados en serio a la hora de denunciar”, explica Rocío Ñancupil sobre las víctimas que encontraron voz en una investigación que recibió el PPE Universitario en 2020, y que contó con la tutoría del experimentado periodista Rodrigo Fluxá.

¿Qué impacto generó esta denuncia en la opinión pública, y de qué manera marcó la incipiente carrera de sus autores? Junto a Catalina Volenski (C.V.), Ñancupil (R.Ñ.) lo cuenta en esta entrevista.

—¿Cuánto tiempo lleva sacar a luz una investigación así?

—C.V.: Mucho tiempo. Comencé a reportear el tema en 2018 en un ramo de investigación para la carrera. Luego un profesor nos sugirió proponerlo y profundizarlo para nuestro proyecto de tesis, y después Ciper nos contactó para publicar un reportaje, para lo que tuvimos que nuevamente reorganizar el material. Las cosas iban cambiando todo el tiempo pero estábamos tan involucrados que después hasta los familiares de las víctimas nos contactaban porque querían cooperar con datos.

“Este es el trabajo más importante de mi corta vida, y creo que el de Rocío y el de Joaquín también. Además del impacto social que generó, lo hicimos desinteresadamente porque buscábamos justicia y nos movía la rabia. Aprendí a manejar situaciones difíciles, hablar de temas sensibles y nos convertimos en personas metódicas. Ahora soy una mujer más precisa, organizada, y tengo ojo crítico al leer”, dice Catalina Volenski sobre lo aprendido en este reporteo.

—¿Cuán importante es que el periodismo persista en denunciar el abuso?

—R.Ñ.: Lo más importante de estos reportajes es que provocan la presión de la opinión pública, que es la que demanda finalmente que estos temas sean revisados. Para eso, es fundamental darle voz a las víctimas cuando ellas quieren y de la forma que quieren, porque si llegaron hasta nosotros es porque no encontraron voz en otro lado. Estoy segura de que todavía hay casos parecidos que nunca se han investigado. En ese sentido, creo que uno de los principales impedimentos para sacarlos a la luz es que las personas involucradas como terceros en la situación, los testigos de los hechos, se atrevan a denunciar, lo que como periodista no puedes forzar de ninguna manera. Sus miedos son entendibles. Hablar de temas delicados puede tener costos en sus trabajos o familias, y esto es importante para sus vidas personales. Por otra parte, creo que el periodismo debe ser riguroso: si tienes información, debes corroborarla cuatro, cinco o seis veces con personas distintas antes de publicarla, porque todo recae en tu nombre, lo cual, a veces lo hace más complicado todavía. Aún así, creo que se deberían seguir investigando los abusos. Tener varias fuentes que respalden tu tesis o la de quien denuncia el hecho es difícil, pero no imposible.

—¿De qué manera la publicación de este trabajo en Ciper impactó en las víctimas y en la Iglesia?

—R.Ñ.: Generó alto impacto en la sociedad porque hablamos de personas en situación de discapacidad que no pueden hablar bien ni defenderse, y que no son tomados en serio a la hora de denunciar. También le impactó a los pocos residentes del hogar que tenían familias. Para ellas, y para los trabajadores que probablemente no querían ver lo que sucedía o se hacían los locos, fue durísimo. La Iglesia también recibió un golpe grande. Cuando hablé con el director del hogar para comunicarle la publicación del reportaje, hicieron su autodenuncia en el tribunal eclesiástico de inmediato. Me llamó la atención, pero también advertí en esa acción una inteligente estrategia comunicacional de su parte. Lo más importante es que gracias a nuestro trabajo la Defensoría de la Niñez presentó una querella, y así se abrió una investigación en 2019 en la Fiscalía Centro Norte. Yo misma tuve que testificar en la PDI sobre el caso. Ahora estos sacerdotes están bajo el radar, no solo en Chile, sino que también en Argentina (esto debido a que Jerez también fue párroco en Buenos Aires, y fue denunciado por tocamientos indebidos y hostigamiento por un estudiante del Instituto San José en Liniers, y a que Jorge Domínguez también reside allá).

“Debes ser empático y saber hablar con todos sin prejuicios, sin importar si se trata de la persona más mala de la historia. Siento que realizar estas investigaciones y que sean reconocidas, te hacen una periodista que se puede desenvolver y trabajar en cualquier lugar”, cuenta Rocío Ñancupil sobre los beneficios a largo plazo que le trajo participar en esta investigación.

—Y a nivel personal, ¿qué impacto tuvo para ustedes esta investigación?

—C.V.: Nos afectó mucho emocionalmente a los tres. Recuerdo que al principio nos devolvíamos de los reporteos llorando o callados, hasta que llegamos a un punto en que nos pusimos cuero de chancho y ya nada nos asombraba. Después, todo era más mecánico. Nos hicimos metódicos y organizados, dividimos teléfonos, carpetas y tareas en un Excel. También pudimos enfrentar temores de cuando éramos chicos: si antes te daba miedo entrevistar a cualquier persona, luego de esto fue como: puedo con cualquiera, ¡traigan a Donald Trump!

—¿En su corta vida como periodistas, qué importancia tuvo partir sus carreras con este premio a cuestas?

—R.Ñ.: En mi vida laboral tuvo efectos positivos, porque haber realizado un reportaje como este habla de la rigurosidad que todo periodista necesita, y de saber comunicar bien y con sensibilidad. Además, al tratar con tantos tipos de personas, desde cuidadoras a dueños del hogar, internos y externos a la iglesia, niños o adultos, reflejamos el tipo de periodistas que somos. Debes ser empático y saber hablar con todos sin prejuicios, sin importar si se trata de la persona más mala de la historia. Siento que realizar estas investigaciones y que sean reconocidas, te hacen una periodista que se puede desenvolver y trabajar en cualquier lugar.

—C.V.: Este es el trabajo más importante de mi corta vida profesional, y creo que el de Rocío y el de Joaquín también. Además del impacto social que generó, lo hicimos desinteresadamente porque buscábamos justicia y nos movía la rabia. Aprendí a manejar situaciones difíciles, hablar de temas sensibles, nos convertimos en personas metódicas. Ahora soy una mujer más precisa, organizada, y tengo ojo crítico al leer.

Sobre el impacto que generó el reportaje en los sacerdotes acusados, Ñancupil expresa: “La Iglesia también recibió un golpe grande. Cuando hablé con el director del hogar para comunicarle la publicación del reportaje, hicieron su autodenuncia en el tribunal eclesiástico de inmediato. (…) Lo más importante es que gracias a nuestro trabajo, la Defensoría de la Niñez presentó una querella, y se abrió una investigación en 2019 en la Fiscalía Centro Norte; yo misma tuve que testificar en la PDI sobre el caso. Ahora los sacerdotes están bajo el radar, no solo en Chile, sino que también en Argentina”.

—Hoy ambas trabajan en cosas muy distintas. Mientras tú, Catalina, te dedicas al maquillaje, tú Rocío, eres guionista del canal animado “Saber más”, donde mezclas investigación, ciencia y geografía. ¿No es factible vivir del periodismo de investigación en Chile?

—C.V.: No es factible vivir de éste, porque dependes de la voluntad de las personas. Trabajar en estudios sociales o en encuestas, sí se valora más porque el ciudadano quiere ver la noticia rápida, pero estas investigaciones no se aprecian. Trabajé haciendo perfiles sobre asesinados durante el estallido social (para la serie #EllosSon en The Clinic), y ni siquiera me atrevería a decir si los leyó mi familia. Por suerte, en CIPER se vive de la suscripción de las personas y gracias a un nicho que realmente le interesa leer estos casos.

—¿Qué consejo le darían a un estudiante de periodismo que se siente inspirado a seguir la misma ruta que ustedes?

—R.Ñ: Mi consejo es que se crean capaces de hacer estas cosas, que traspasen sus propios límites. Cuando uno toma un rol como periodista tiene que saber desenvolverse en diferentes situaciones y con distintos tipos de personas. Hace poco fui a un conversatorio en la Universidad Alberto Hurtado y les decía lo mismo: debes seguir el llamado de tu guata, de aquello que necesitas escribir y de lo que quieres que la gente se entere. También creo que hay que cuidar la salud mental cuando te involucras en temáticas tan delicadas, y no llevarte a casa todo lo que escuchas en entrevistas. Hay que aprender a encontrar el equilibrio entre la vida laboral y personal.

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Francisco Aravena: “La pega de uno es contar las cosas como son y no como conviene que sean”

Francisco Aravena:

“La pega de uno es contar las cosas como son y no como conviene que sean”

En 2005, la peculiar historia de una niña que todos los días tenía que trasladarse en una pequeña balsa de plumavit para poder estudiar en Puerto Gala, marcó dramáticamente la pauta noticiosa. Era una navegación tortuosa, y como no había una pasarela que uniera la caleta con su escuela, para colmo, la chica debía caminar por una ruta rocosa y resbaladiza, aguantando temperaturas de hasta 10 grados bajo cero. Aravena, conmovido, fue hasta allá para entrevistarla, pero apenas llegó descubrió que todo era un invento. Aquí cuenta cómo fue desmantelar esa fake news

Por Robert Gaune Orellana

Cuando Francisco Aravena (47) estaba en octavo básico tuvo que hacer una revista en la escuela, y entonces se dio cuenta de que investigar sería lo suyo. Varios años después, en 2005, cuando ya tenía encima algunos años en el rubro, un máster en Periodismo cursado en Nueva York y un trabajo en la revista Sábado de El Mercurio, descubrió un nuevo giro para esa historia que ya tantos otros medios habían contado: la de la sacrificada niña de 10 años que, para llegar cada día a su escuela desde su casa en la llamada Caleta Chica en Puerto Gala -un caserío ubicado en la comuna de Cisnes, en la Región de Aysén-, tenía que caminar por rutas rocosas y cruzar un río en una balsa de plumavit, y que en invierno a veces enfrentaba temperaturas de hasta 10 grados bajo cero. ¿Cuál fue el giro que encontró Aravena? Que todo era una absoluta farsa y que el país entero se la había creído.

Una fantasía tan espectacular, sin embargo, que fue reproducida sin parar por los diarios y los matinales ese año. Y que, incluso, cuando Aravena dejó al descubierto que fue la localidad completa la que la sostuvo para poder visibilizar sus carencias, tampoco generó el revuelo que uno esperaría. El reportaje que tituló “La verdadera historia de ‘la balserita’“, se convirtió en el ganador de la tercera edición del PPE.

En esta entrevista, Aravena, quien actualmente se desempeña como editor, productor ejecutivo y conductor en proyectos sonoros de Copesa -radio, podcasts y audiohistorias-, cuenta la trastienda de cómo fue desarmar esa fake news cuando aún ni siquiera existía ese concepto.

—¿Cuál fue el primer indicio que le hizo investigar a fondo el caso de “La Balserita”?

—Fue una casualidad. Yo había llegado el año 2000 a El Mercurio a trabajar a la revista Wikén. Entonces, cubría cine y en el sur (en Puerto Gala, específicamente) Andrés Wood estaba grabando la película “La fiebre del loco”.  Hablé con él porque quería entrevistarlo y aunque me dijo que no, fui igual hasta allá, y le dije: “Hola, estoy acá. Mala suerte”. Pasaron varios años de eso. Pero cuando me encontré con el caso de “La Balserita” y vi que estaban todos los matinales locos con esta historia, reconocí inmediatamente la isla donde estuve con Wood. Cuando entrevistaban a la niña, ella decía que quería ser modelo y bailarina. La vi como una historia de globalización, porque para “La fiebre del loco” tuvieron que tapar muchas antenas de televisión satelital piratas. Me pareció muy loco que en un lugar tan remoto, gracias a estas antenas, ella estuviera conectada con las aspiraciones de una niña que vive en Santiago, por lo que esa fue la historia que fui a contar.

“Uno podría haber dicho: ‘Esta historia ya está en los medios, fueron hasta los matinales a transmitir en directo desde allá, ya pasó, pero la gracia aparece cuando uno llega después de que el show termina, cuando ya están bajando del escenario”.

—Y una vez allá, ¿qué le hizo cambiar el foco?

—Bajándome de la lancha que tomé en Puerto Cisnes, en el muelle, me encontré con una persona y le conté lo que venía a escribir. Entonces, me dijo: “¿Y qué tanto? Si eso es mentira”. Y cuando pregunté que cómo podía ser una mentira, me contestaron que le preguntara a quien quisiera. A partir de ese momento cambió el foco y fui hablando con más gente que me fue contando la verdadera historia. No quise hablar con la niña, eso sí, porque la pobre es como una víctima y no quiso engañar a nadie. Pero sí fui a esperar al alcalde hasta que me atendiera, y cuando le dije “cuénteme cómo es verdaderamente esta cuestión”, me lo confesó: “Lo que pasa es que ella estaba ahí con esa balsa de plumavit, y dije: saquémosle una foto, y como de repente la cosa prendió, lo dejé así”. Según él, esa foto era la única manera de llamar la atención sobre el pueblo, específicamente sobre sus carencias, que son reales. Me pareció una historia aún más interesante, porque no era la de un estafador, era la historia de un engaño que le convenía a todo el mundo.

—Pero, ¿por qué indagar más en una historia que ya había pasado y que, además, se mostró tanto en la tele?

—Esta es una de las grandes lecciones que me dejó este tema. Uno podría haber dicho: “Esta historia ya está en los medios, fueron hasta los matinales a transmitir en directo desde allá, ya pasó”, pero la gracia aparece cuando uno llega después de que el show termina, cuando ya están bajando el escenario.

—El impacto que generó la falsa historia provocó que se le brindaran muchos beneficios, no solo a la niña en cuestión, sino que a Puerto Gala. ¿Pensó en algún momento que al desmentir el asunto podrían perder todo lo conseguido?

—No, para nada (…) no le iban a quitar nada porque la necesidad es real. Le podrían haber quitado el bote, pero eso es irrelevante porque, al final, ella no se movía en bote. Estamos hablando de una persona súper pobre, en una escuela súper pobre y en una comunidad necesitada de recursos.

¿Considera que hay mentiras que se justifican?

—No, no creo que haya mentiras buenas, pero entiendo su punto de vista y uno no está en posición de juzgarlos desde la comodidad de Santiago y con sus necesidades cubiertas. De hecho, cuando le atribuyeron a Dios que esto haya generado la atención de las autoridades y de los medios, me pareció una frase muy cándida, muy honesta, bonita incluso. En todo caso, la pega de uno es contar las cosas como son y no como conviene que sean.

“Me pareció muy loco que en un lugar tan remoto, ella estuviera conectada con las aspiraciones de una niña que vive en Santiago, por lo que eso fui a contar. (…) Bajándome de la lancha que tomé en Puerto Cisnes, en el muelle, me encontré con una persona y le conté lo que venía a escribir. Entonces fue que me dijo: ‘¿Y qué tanto? Si eso es mentira’. A partir de ese momento cambió el foco y fui hablando con más gente que me fue contando la verdadera historia.”.

—¿Cómo recuerda el ambiente? ¿Las personas sabían desde un principio que iba a desmentir los hechos?

—Había mucha rabia, porque percibían que unos se estaban aprovechando de otros. Por otra parte, yo sabía que cuando tuviera el testimonio del alcalde, el tema se cerraba. Apenas el tipo me confirmó que todo era irreal, salí de la municipalidad, llamé a mi editor y le dije: “No te vas a creer la historia que te tengo”.

—¿Qué pasó luego de que salió todo a la luz?

—Cuando publicamos, no pasó nada. De hecho, ese mismo fin de semana, a la niña y al papá los habían invitado a Fantasilandia. Estuvieron en portadas y nadie se dio cuenta de que nosotros habíamos sacado esta historia. Creo que cuando ganó el premio el reportaje se leyó más, pero en el momento pasó súper piola y fue porque ¿a quién le conviene que sea mentira una historia así? A nadie, pero a todos les servía que fuese verdad.

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Claudia Álamo: “Ninguna entrevista es pan comido”

Claudia Álamo:

“Ninguna entrevista es pan comido”

Claudia Álamo es especialista en entrevistas políticas y de alto impacto. Actualmente, conduce el programa radial ADN Hoy y colabora con La Tercera, aunque años atrás pasó por La Nación, Paula, Caras, Cosas, La Época y radio Zero. En aquellos medios ha marcado pauta por la sutileza y agudeza de sus preguntas. Una habilidad que la llevó en 2022 a coronar sus 30 años de trayectoria con el Premio Raquel Correa, una maestra indiscutible en el arte de entrevistar.  Ambas, además, comparten una especial coincidencia: ser madres de un hijo en situación de discapacidad. Álamo aborda en esta entrevista el oficio como si cocinara. Ese timing -dice- le ha permitido llegar a fondo con personajes tan disímiles como Raúl Ruiz o Pablo Longueira.

Por Sofía Concha Urrea

Fue galardonada con el Premio Raquel Correa como “Mejor Entrevistadora” en 2022, y tiene 30 años de trayectoria en el cuerpo, pero Claudia Álamo (53) confiesa estar nerviosa para esta conversación, como si aún fuera la estudiante que un día cruzó la cordillera de los Andes para estudiar periodismo en Argentina. “Los periodistas estamos acostumbrados a hacer las preguntas, no a responderlas”, dice mientras toma un café en el Tavelli de Manuel Montt. Para ella ninguna entrevista -y tampoco la que da ahora- es pan comido. Es que no se trata de poner una grabadora y hacer preguntas, sino de abordar al personaje estratégicamente hasta lograr entrar en él, como suele sostener.

Para entrar en Claudia Álamo es necesario leer sus trabajos. Comienzan en el diario La Época durante los tiempos de la transición democrática en Chile, y luego se extienden a una serie de revistas en papel. Fueron esos espacios –como Paula, por ejemplo– donde logró retratar íntimamente a Pablo Longueira, a Nicolás Eyzaguirre, Claudio Bunster (trabajos por los que fue seleccionada como finalista del PPE) o a Raúl Ruiz, entrevista que en 2003 fue premiada y que, como tantas otras, han dejado una impronta en la memoria.

La periodista siente nostalgia de esos lugares donde aprendió a llevar conversaciones como si fueran bailes que luego estructuraba como una arquitecta. Una cocina con pulsación sanguínea, capaz de remecer o atrapar al lector de principio a fin.

—En 2003, fue una de las primeras mujeres que ganó el PPE Escrito y lo hizo con una entrevista a Raúl Ruiz en Cannes que construyó luego de pasar un día completo con él. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

—Fue una experiencia increíble. Cuando le propuse que quería pasar el día con él, estaba un poco nervioso, pero accedió. Fuimos a desayunar al Hotel Martínez, que es el clásico donde se juntan las figuras, y después lo acompañé a una conferencia de prensa con los actores de una película que estaba haciendo. Era ir caminando con un mito al lado. Cannes tenía una valoración enorme por su figura y su apuesta cinematográfica era totalmente distinta. Cuando almorzamos, me acuerdo que tomamos bastante vino rosé y después hicimos la segunda tanda de la entrevista. Fue una experiencia muy atractiva porque durante el día ibas viendo al personaje en distintas facetas. En el texto, el Raúl Ruiz del desayuno no era el mismo que pasaba por la alfombra roja y se tomaba unas copas con otro directores de cine antes de volver al hotel. Poder ver esa mutación, ser testigo de sus conversaciones, de sus silencios o de cómo tomaba apuntes con su libreta, me alucinó. Yo pensé que era más enojón, más huraño, pero me pareció un tipo muy asequible y por momentos dulce cuando hablaba de su mamá. Sí tenía una mirada muy crítica de este Chile, esa la mantuvo siempre. Fue muy fácil entrevistarlo, en realidad. El desafío era intelectual: estar a la altura de su cabeza, de su universo.

“Lo esencial para mí, es el enorme valor con que ella (Raquel Correa) se sentaba frente a cualquiera. Uno no sabía si le caía mal o bien porque los trataba a todos iguales. (…) En eso Raquel Correa fue una maestra, una precursora que logró clavar banderas respecto del buen modo de realizar una entrevista: desde la preparación de su trabajo a la manera en que los abordaba a todos con distancia. Para mí esa es la herencia más importante”.

—¿Cómo se prepara una entrevista así? Pensando en las herramientas de esos años…

—Que yo recuerde, no tenía celular. Tampoco tenía archivo pero me aboqué a pensar qué tipo de entrevista quería, y cómo iba a perseguir a este personaje. Yo entendía que no era una entrevista contingente sino que lo mío tenía que ser una suerte de entrevista perfilada. Yo tenía un marco por donde ir, pero me dejé fluir también por la conversación para poder entrar al universo Ruiz. Entrar en el personaje, eso era lo que me parecía más atractivo.

—En su entrevista al ex ministro y ex senador Pablo Longueira (UDI), titulada “Longueira desarmado” (Paula, 2004), comienza preguntándole por qué siempre está enojado. ¿Por qué elige partir así para entrar en él?

—La entrada de una entrevista siempre depende del personaje, de su formato y del lugar donde va a ser publicada. En el caso de Longueira, era para la revista Paula, que era un espacio en que no solían llevar política, por lo que la apuesta fue tomar a los personajes desde otro lado. Yo sentí que Longueira -al menos en ese tiempo- era un tipo que estaba siempre muy enojado, pero que también era demasiado asertivo, vehemente. La primera pregunta quizás tuvo la función de bajarle rápidamente la guardia, de despejar las cejas fruncidas y permitir que la conversación pudiera fluir. Esa fue una entrevista que duró muchas horas.

—Hay momentos tensos en la entrevista. De hecho, él le dice que encuentra que sus preguntas son poco objetivas.

—Cuando tienes una persona que es muy fuerte y muy categórica en frente, no tienes que tomarte esa situación como algo personal. Yo entendía que las entrevistas con Pablo Longueira son conversaciones frontales, que muchas veces van al choque y por eso nunca me sentí incómoda. Me parecía que ese era el tono que daba cuenta de su personalidad. Me encantan los entrevistados desafiantes y complejos, creo que son las entrevistas mejor logradas.

—Eso es interesante, hacer que las entrevistas muestren la personalidad del personaje por sí mismas.

—Las entrevistas tienen que dar cuenta de la personalidad de los entrevistados, porque si todas fueran iguales, no podrías mostrar cuál es la diferencia entre uno y otro. Sobre todo los políticos tienen personalidades muy establecidas. Como yo hago periodismo político -hace muchas décadas ya- y los he visto actuar en negociaciones, en conversaciones, me propuse dar cuenta de su carácter para poder acercar al lector a una dimensión del personaje con profundidad y rigurosidad, fuera de lo que se veía en las noticias o los diarios.

—Y es tanta la profundidad que logró que le preguntó sobre la sexualidad de sus hijos.

—Sí. Preguntarlo directamente logró retratar como él piensa sobre ciertos temas. Convengamos que ese Chile era distinto al de hoy. Y que en ese momento la agenda valórica era muy prohibida y muy polar. Ni siquiera se mencionaba la palabra gay o se hablaba de derechos de diversidad sexual. En ese sentido, me parecía importante que un político de derecha permitiera ver el trasluz de las discusiones que se iban a llevar en el Congreso. Me parecía importante que un personaje de la UDI, que además tiene una familia grande, pudiera dar cuenta de su mirada. Son las personas que toman las decisiones en las políticas públicas, las que tienen que ver finalmente con la evolución o no de las sociedades. No era una pregunta puntuda porque sí, era atingente para el debate que la sociedad estaba teniendo en ese minuto.

“Cada entrevista es súper agotadora para mí. Es desafiante desde que pienso al personaje hasta que la hago. (…) Aunque sea el mismo personaje que has hecho 40 veces, siempre me angustio y me estreso. Después vuelvo y entro en unos verdaderos estado mentales muy intensos, me lo tomo súper en serio”.

—En 2005, tras entrevistar a Nicolás Eyzaguirre, artículo que lleva por nombre “El ministro: sus cuentas personales” (Paula, 2005) confesó que esa fue una conversación que “quedó en su punto”. ¿Qué destaca específicamente?

—Esa entrevista fue muy potente porque Nicolás en sí es un personaje muy trabajado. Pasamos de confesiones muy íntimas a declaraciones muy lúcidas y momentos difíciles. 

—Como que hablara de que había perdido un hijo…

—Sí, fue un desafío que la emocionalidad no convirtiera esto en un pastel de fresa. Me sentía muy responsable de ser pudorosa, y en la medida justa de que esa era una confesión y no un melodrama que fuera el titular. La idea era que no escucháramos al ministro de Hacienda ni a las arcas fiscales del país, y funcionó porque él abrió su corazón. Yo no estaba ahí para cuidarlo pero tampoco para convertir esa entrevista en una frivolidad. En ese sentido, creo que quedó a punto. No se pasó de la raya de ser sensacionalista y dio cuenta de la profundidad de un personaje. Creo que tiene que ver con el debate de lo público, porque años después cuando se hablaba del aborto en tres causales y de los casos de muchas mujeres en Chile que han tenido que parir un hijo muerto, sabíamos que acá hubo ministro de Estado que tuvo que acompañar a su mujer sabiendo que su hijo iba a nacer muerto. Aportaba a un debate futuro sin saberlo en ese minuto. 

—¿Y con la entrevista premiada con el PPE del expresidente de la Sofofa, Felipe Lamarca (La Tercera, 2006), sintió lo mismo? Aquella se tituló con una potente cuña: “El país no va a cambiar mientras las élites no suelten la teta”.

—El caso de Felipe Lamarca fue distinto. Yo salí de nuestro encuentro, me acompañó hasta el auto y me dijo: “¿Qué te pareció la entrevista?” Le respondí: “Perdona que sea así, pero la encontré fome”. A pesar de que me parecía que había un análisis de la sociedad súper importante e interesante, no fui capaz de ver que esa entrevista era un diagnóstico muy anticipado de lo que Chile iba a vivir o de lo que iba a colapsar: la burbuja de la élite y un pueblo cansado del abuso. Él no era cualquier persona, era un empresario de la élite. Alguien que habitaba ese mundo, creo que ese era el mayor mérito.

Pensando en todas las entrevistas que ha hecho, ¿cuál ha sido la que más la marcó?

—No lo sé. Lo que pasa es que cada entrevista es súper agotadora para mí. Es desafiante desde que pienso al personaje hasta que la hago. Ninguna entrevista es pan comido. Aunque sea el mismo personaje que has hecho 40 veces siempre me angustio y me estreso. Después vuelvo y entro en unos verdaderos estado mentales muy intensos, me lo tomo súper en serio. Hay entrevistas con Michelle Bachelet que también fueron muy potentes, pero no, no sabría decir si tengo una preferida.

—¿ Y hay alguna entrevista que, pese a su deseo, no se haya logrado?

—Hay un solo personaje en mi vida que no he podido entrevistar queriendo hacerlo: Juan Cristóbal Guarello. He ido hasta su casa con la grabadora, comenzamos la entrevista incluso pero en el camino no pudimos vincularnos. En el minuto dije: “Esto no va a funcionar”.

—¿Cómo cree que entrevistas de largo aliento (como las suyas) se pueden adaptar a las nuevas plataformas?

—Probablemente, pasa por un tema de audiencia. Y ahí, el desafío del periodismo es hacer atractivas las entrevistas, los textos, los reportajes y los perfiles. La sociedad cambió. Lo hablaba la otra vez Pepa Bueno, directora de El País: el enorme desafío del periodismo es tratar de llegar con el mensaje y la conversación por distintos canales. La profundidad también es importante, pero no todo el mundo tiene ganas de leerse una entrevista de tres páginas. Estamos en ese ajuste, haciéndolo sobre la marcha. 

“Las entrevistas tienen que dar cuenta de la personalidad de los entrevistados, porque si todas fueran iguales no podrías mostrar cuál es la diferencia entre uno y otro. Sobre todo los políticos, tienen personalidades muy establecidas. (…) Me encantan los entrevistados desafiantes y complejos, creo que son las entrevistas mejor logradas”.

—¿Cómo ve, en ese sentido, la mutación del periodismo? ¿Con nostalgia o con esperanza?

—Las dos cosas a la vez: soy una nostálgica total del mundo de la revista, y no es solo que el papel tenga un gramaje distinto o un satinado diferente, es que la revista te exige una mirada más a largo plazo, hacer una apuesta distinta para que el contenido valga la pena. Eso me da mucha nostalgia. También el diario, eso de sentir el papel, la tinta. Yo crecí en ese periodismo y lo añoro. Pero también veo algunos proyectos que son increíbles, que en una pequeña historieta te cuentan la noticia, la capacidad que tienen para poder resumir. 

—¿Y cree que la dificultad solo está ahí?

—No, porque aunque te vas encontrando con elementos multiplataformas para poder cubrir el periodismo, hay otras cosas terribles como los periodistas asesinados y los poderosos que hay detrás, que no se acabaron y cuesta enfrentarlos porque sus tentáculos van mucho más por abajo. Yo estoy hablando de reporteros que se enfrentan a poderes reales, como cubrir narcotráfico en México o pandillas en Centroamérica, y que han buscado maneras de poder sobrevivir. (…) Lo que pasa en redes sociales es algo muy complejo. Eso de publicar cualquier cosa y no chequear la información. Podría ser una mentira, pero por la ansiedad de salir primero no te aseguras. Realmente nos falta debatir mucho más respecto de cómo vamos a regularnos los periodistas y los medios para no ser prisioneros de los tentáculos de los poderosos. Pero tengo esperanza, porque no se va a acabar nunca la necesidad de informarse y de encontrarse con historias.

—Hace poco ganó el Premio Raquel Correa 2022, otorgado por la Asociación Nacional de Mujeres Periodistas a la mejor entrevistadora del año. ¿Hay algo de la escuela de Raquel Correa que aplique en su forma de entrevistar?

—No tuve la posibilidad de compartir con ella como para nutrirme de su método, como sí me ha pasado con Mónica González, a quien conocí en La Nación. Pero leía sus entrevistas, las subrayaba y esperaba los domingos para escucharla. Creo que las entrevistas de Raquel Correa tenían agudeza. Era capaz de enfrentarse a personas realmente de poder en ese tiempo, al mundo de los políticos en dictadura. Ese era el espacio que ella habitaba y, por lo tanto, sus entrevistas eran un aporte importante al diálogo democrático. Lo esencial para mí, es el enorme valor con que ella se sentaba frente a cualquiera. Uno no sabía si le caía mal o bien porque los trataba a todos iguales. Eso es inconmensurable para el periodismo, tener la capacidad de conversar con el que sea, del color político que sea y siempre desde tu mismo lugar. En eso Raquel Correa fue una maestra, una precursora que logró clavar banderas respecto del buen modo de realizar una entrevista: desde la preparación de su trabajo a la manera en que los abordaba a todos con distancia. Para mí esa es la herencia más importante porque habla de la independencia del periodismo. 

—En el discurso que dio al recibir el premio habló de una especial coincidencia entre ambas. Tanto usted como ella tienen hijos con discapacidad.

—Sí. En algún minuto leí que Raquel Correa tenía un hijo con discapacidad y que trabajaba mucho desde su casa porque era importante estar medianamente cerca de su familia. Años más tarde, yo también me convertí en madre de un hijo con discapacidad. Entonces, he logrado entender la enorme convicción que ella tenía sobre su trabajo, sobre sus entrevistas, porque navegar en esas dos aguas a la vez, créeme que no es fácil. Todas las maternidades son súper demandantes, pero un hijo con necesidades especiales lo es aún más. Por lo tanto, hacer entrevistas de altísimo tonelaje como las que hacía ella teniendo al interior de su casa una enorme demanda con su hijo, es algo que para mí hizo que la imagen de Raquel Correa creciera, se agigantara.

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Alejandro Vega: “El periodismo de investigación es la base valórica fundamental para una sociedad democrática”

Alejandro Vega:

“El periodismo de investigación es la base valórica fundamental para una sociedad democrática”

Para Alejandro Vega, reportero audiovisual que investigó el caso Quemados y el tráfico de niños que ocurrió en Chile durante los años de la dictadura, el periodismo es un ejercicio político que, si se acompaña de datos verificables y una buena historia, cumple con informar, pero también con formar a las personas. “Revelar y desenmascarar actos que están reñidos con cualquier sociedad democrática es esencial”, dice en esta entrevista donde habla del amor al oficio que aprendió de su padre y abuelo, sus referentes más inspiradores.

Por Mauricio Alarcón

De niño que Alejandro Vega (45) es un apasionado por las historias y la búsqueda de información. Así lo cuenta en esta entrevista que dio poco antes de retirarse de Chilevisión, el canal donde trabajó durante 14 años con investigaciones de alto impacto, en especial por aquellas vinculadas a casos de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet. “Desde pequeño observé a mi padre y fue como un espejo en mi carrera. Él es periodista al igual que mi abuelo. Sin duda, fueron una fuente de inspiración para mí”, dice quien se define como un reportero de trinchera.

Arrancó apenas pudo de las coberturas de prensa diaria para concentrarse en hacer reportajes en profundidad que dejaran huella. Sus investigaciones sobre el caso Quemados, los médicos que practicaron la tortura en dictadura o el tráfico de niños que ocurrió en Chile durante los años ’70 y ’80, fueron parte de sus trabajos más destacados. “No había nada más latoso y frustrante que llegar a cubrir una conferencia de prensa, donde luego de registrar el monólogo de las autoridades tenías que llegar al noticiero, redactar y prácticamente componer lo que ellos querían”, cuenta con irreverencia.

Para Vega, la apuesta siempre estuvo en el desarrollo de historias que rompieran con lo que tradicionalmente se informa en los noticieros. Defensor de la pauta propia, también escuchó harto los requerimientos de la ciudadanía.

“La mayoría de las veces, los temas de derechos humanos o de corrupción son propuestas que vienen de los periodistas y no de los medios. Pero también, con el boom de las redes sociales, cada vez son más los ciudadanos que llaman para que se hagan eco de sus denuncias”, dice.

La gente confía en que sus casos serán recogidos y escuchados por la televisión. Y Vega es de los que la escucha y empatiza, mas sin perder el rigor. “Luego tienes que cruzar datos y corroborar si lo que te dicen las personas está respaldado o documentado a través de todas las fuentes habidas y por haber”, advierte. Eso es, para él, el trabajo de investigación profundo y bien hecho.

—En 2017 se emitió su reportaje “La historia oculta del millonario tráfico de niños en Chile”. ¿Cómo fue llevar a la pantalla un tema tan delicado?

—El origen del reportaje sobre el tráfico de niños se dio por un reporteo que comencé a hacer sobre los casos de susceptibilidad de adopción del Sename. Los niños con familias de escasos recursos, a pesar de tener padres y una red familiar, de igual manera eran susceptibles de adopción. Yo estaba reporteando eso, cuando me encontré fortuitamente con el caso de una mujer que se acercó a conversar con nosotros y nos dijo que a su bebé se lo habían robado en el año ochenta y algo, cuando ella tenía 17. Muchos años después, cuando su hija ya era adulta, esta madre la encontró. Esa fue la primera piedra que abrió las puertas para saber sobre el tráfico de niños.

“Los medios de comunicación bailan al son de la polémica y se preocupan de hacer noticia, pero no están entregando valores, no están formando a las personas. Por eso esta sociedad sigue igual de dividida. (…) Para perseverar, sólo se debe luchar y tratar que los colegas periodistas no transen sus convicciones, a pesar de que trabajen en medios que muchas veces responden a intereses que van en contra de nuestra profesión”.

—¿Qué hizo a partir de ese testimonio?

—Comenzamos (a reportear) con los organismos públicos que tuvieron responsabilidad en la adopción irregular de miles de niños, y concluimos que en el trasfondo de esta realidad, evidentemente había una responsabilidad del Estado que –en este caso– recaía en la función del Sename. A partir de la denuncia que hizo el diputado René Saffirio, sobre la impresionante cifra de niños muertos en esa institución (alrededor de 1.313), los medios de comunicación comenzaron a tomar conciencia de esta realidad. Yo me preguntaba: si siempre estuvo ahí, ¿por qué no se hizo antes? Y creo que tiene que ver con lo mismo que pasaba con el tráfico de niños en la época de la dictadura desde el año ’71 al ’73, nunca se habló de ello. ¿Acaso fue porque nunca tuvo importancia? Para mí, esto simplemente se debió a que los derechos humanos de esa época estaban principalmente enfocados en lo que eran los crímenes de lesa humanidad, con desapariciones forzosas, torturas y asesinatos por parte de agentes del Estado. Los niños quedaron desplazados, como en un submundo. Corregir entes del Estado es muy difícil, los problemas que arrastran vienen desde hace muchos años, y el Sename es justamente uno de esos organismos en los que nunca le pusieron el cascabel al gato. Hasta el día de hoy hay una deuda con la transparencia que tienen estos organismos, porque muchas veces se defienden apelando a la protección del niño, pero es paradójicamente a través de esa protección que los vulneran y, de ese modo, inhiben a los medios de comunicación para informar de casos que perfectamente podrían caer en delitos de corrupción.

Usted ha reporteado múltiples temas relacionados con los derechos humanos. ¿Cómo ve la cobertura actual que le dan los medios a este tipo de temáticas?

—Lo veo como un derecho humano pobre. Siento que hay una condescendencia con el poder que es brutal y que atenta contra los principios fundamentales de nuestra profesión. Me refiero a la información veraz y oportuna. En Chile, por ejemplo, los medios de comunicación no informaron cómo se debía los daños oculares que se provocaron a tantos jóvenes en el contexto del estallido social. Se ha perdido algo que es fundamental y que tiene que ver con la defensa de los valores más importantes que tenemos los periodistas. Los grandes responsables de que hoy día exista ese vacío son la clase política pero, lamentablemente, lo que están haciendo es provocar un tremendo daño a la sociedad. Los medios de comunicación bailan al son de la polémica y se preocupan de hacer noticia, pero no están entregando valores, no están formando a las personas. Por eso esta sociedad sigue igual de dividida.

“El reportaje del Caso Quemados permitió que se condenara a los culpables. A pesar de que apelaron incluso, les aumentaron la condena. Pero después de eso, estos sectores que siguen teniendo mucho poder han tratado de seguir instalando su propia verdad. No atacando la información, sino atacando a la fuente de esa información, en este caso, a mí. Me acusaron de pagarle a un conscripto, con una declaración jurada ante notaría”.

Tras la emisión de estos trabajos, ¿las instituciones a las que interpeló tomaron acciones concretas?

—El reportaje del caso Quemados, por ejemplo, permitió que se condenara a los culpables. A pesar de que incluso apelaron, les aumentaron la condena. Pero después de eso, estos sectores que siguen teniendo mucho poder, han tratado de seguir instalando su propia verdad. Su pacto de silencio lo han tratado de reflotar con los años. Ahí tienes un caso: se encontró justicia, se descubrió la mentira del Ejército, pero aun así ellos siguen utilizando una falsa verdad. No es que lo hagan atacando la información, sino que, atacando a la fuente de esa información en este caso a mí.

—En 2015, Pedro Franco Rivas, conscripto condenado por el caso Quemados, aseguró que había mentido en su declaración a causa de que usted le había pagado.

—Efectivamente, me acusaron de pagarle a un conscripto, con una declaración jurada ante notario. Hoy día, cualquier persona puede decir que es dueña del sol y de la luna a través de la notaría, pero lo cierto es que las declaraciones están en tribunales. Las argucias que han utilizado para instalar sus mentiras no han acabado, pero al menos hay consecuencias, y las consecuencias son las condenas.

—De los distintos casos que le ha tocado investigar, ¿cuál lo ha marcado más?

—Son varios, pero elijo a “Médicos Torturadores”, porque mi padre (Carlos Vega Delgado) fue torturado y mi experiencia vital me retrotrae a la infancia, cuando lo acompañé una vez al hospital y lo llamaron porque era su turno para entrar a un box. Alcanzó a estar cinco segundos adentro, porque salió desencajado y pálido, debido a que el médico que lo iba a atender era uno de los que estuvo presente en sus sesiones de tortura. Cuando comencé a investigar temas relacionados con derechos humanos, esa fue la primera propuesta que presenté. Peleé por más de un año para que me dejaran hacerla y fue Patricio Caldichoury [director de prensa de Chilevisión] quien me autorizó. Nos enfocamos en tres doctores que fueron partícipes activos en torturas de prisioneros, los encontramos y los interpelé en la calle, haciéndole las preguntas que tenía que hacerles, y los tres fueron condenados.

—Si tuviera que hacer una reflexión respecto a la importancia del periodismo de investigación en televisión, ¿cuál sería?

—Yo creo que el periodismo de investigación es la base fundamental en términos valóricos para una sociedad democrática, porque te permite no solo informar, sino también formar a las personas y entregarle valores que son vitales. Te da paso a revelar y desenmascarar actos que están reñidos con cualquier sociedad democrática, y eso es esencial. Para perseverar en esto, sólo se debe luchar y tratar que los colegas periodistas no transen sus convicciones, a pesar de que trabajen en medios que muchas veces responden a intereses que van en contra de nuestra profesión. Por mi parte, estoy en proceso de irme, quiero refrescar mi cuerpo, mi alma, y salir del periodismo; me aburrí de luchar.

“Son varios los trabajos que me han marcado, pero elijo ‘Médicos Torturadores’, porque mi padre fue torturado y mi experiencia vital me retrotrae a la infancia, cuando lo acompañé una vez al hospital y lo llamaron porque era su turno para entrar a un box. Alcanzó a estar cinco segundos adentro porque salió desencajado y pálido, debido a que el médico que lo iba a atender era uno de los que estuvo presente en sus sesiones de tortura. Cuando comencé a investigar estos temas, fue la primera propuesta que presenté, peleé por más de un año para que me dejaran hacerlo”.

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Jorge Rojas: “El periodismo que me gusta hacer inevitablemente te pone en una vereda”

Jorge Rojas:

“El periodismo que me gusta hacer inevitablemente te pone en una vereda”

El texto por el que ganó el PPE en 2013, “La partida de Hugo y Teresa”, lo terminó de poner en el radar. En éste, como en otras historias publicadas por Rojas, los personajes anónimos suelen ser los que encarnan las heridas abiertas o invisibilizadas del país. Autor del libro “Nosotros no estamos acá. Crónicas de migrantes en Chile”, concibe el oficio como una caminata en la que el recorrido es tan vital como el desenlace. En esta entrevista, mira en perspectiva algo de ese extraordinario, pero también riguroso kilometraje como reportero.

Por Ana María Jorquera

Hay una definición del periodismo que a Jorge Rojas, ganador del PPE en 2013 por la conmovedora crónica “La partida de Hugo y Teresa” (The Clinic), lo identifica plenamente. Es de la colega colombiana Ginna Morelo, quien compara el oficio con el ejercicio de “caminar con los otros”.

Caminar, justamente, es algo que Jorge Rojas hace a menudo. La curiosidad, que es su principal motor para encontrar e investigar historias, se gestó en las calles, primero de Linares -la provincia donde nació, practicó malabarismo, y junto a su familia se acostumbró de niño a leer el diario-, y luego en Santiago, la vertiginosa ciudad a la que llegó a estudiar periodismo y donde lo asaltaron apenas se instaló.

Autor del libro de crónicas de migrantes en Chile “Nosotros no estamos acá” (Catalonia, 2021), y coautor de “Empresarios zombis” junto a Juan Andrés Guzmán (Catalonia, 2017), hizo su práctica en The Clinic y allí se terminó quedando 12 años. A pesar de que al comienzo no le pagaban, le permitían escribir de los temas que llamaban su atención, y esa libertad se convirtió en su principal capital creativo.

Desde entonces, Jorge Rojas suele contar historias protagonizadas por personas comunes y corrientes que bajo su pluma y pulso callejero se vuelven extraordinarias. Como cuando contó la historia de un joven de Rancagua que se murió dentro de un frigorífico y que tituló “El muerto que nadie buscó” . O como cuando eligió mirar una de las poblaciones más estigmatizadas de Santiago desde los ojos de sus pobladores más invisibilizados, y entonces el texto “Cómo ven los niños a La Legua“, lo hizo acreedor del primer reconocimiento periodístico de su carrera, el premio Pobre el que no cambia de mirada en 2007.

Jorge Rojas pasó de The Clinic a escribir en la revista Sábado de El Mercurio. Y a pesar de que no cree en la objetividad, sí es extremadamente cuidadoso en documentar la vereda desde la cual elige mirar. “Cuando el trabajo se hace con rigurosidad no hay nada que pueda tirarlo abajo”, dice en esta conversación.

—¿Cómo se mantiene la objetividad cuando se cuentan historias de personas humildes que han sido discriminadas?

—Diría que lo que más me preocupa es ser riguroso, porque el periodismo que me gusta hacer inevitablemente te pone en una vereda que no es arbitraria, prejuiciosa ni azarosa, sino más bien el lugar desde el cual yo quiero mirar. Desde ese ángulo, la historia empieza a perder toda objetividad, porque es la perspectiva que me interesa contar. Una vez que la defino, me interesa que esa verdad que estoy contando, y que tampoco es una verdad única, esté rigurosamente documentada. Que no sea una apreciación subjetiva de lo que estoy mirando, sino que sea fidedigna y esté fundamentada en fuentes testimoniales, fuentes oficiales y documentos. Cuando el trabajo se hace con rigurosidad, no hay nada que pueda tirarlo abajo, y así evitas que alguna desprolijidad en el reporteo y en la escritura generen consecuencias negativas en otros.

—“La partida de Hugo y Teresa”, conmueve. Es como si la crónica estuviera contada por los mismos protagonistas. ¿Cómo fue sumergirse en la vida de esta familia?

—Parece ser muy complejo, pero no lo fue. Supe de esta historia apenas sucedió porque salió en un breve noticioso, una crónica muy pequeña, que básicamente relataba la historia de un femicidio. Entonces recorté ese diario y lo guardé en una caja donde archivaba noticias que se pudieran convertir en futuros temas de investigación. No reporteé inmediatamente, porque es complejo que las fuentes tengan disposición a hablar después de algo así. En este caso, se trataba de que el padre de la familia había matado a la mamá y luego se había suicidado; me parecía imprudente acercarme inmediatamente. Pasado un año, me contacté con el juez que llevaba el caso para una entrevista, ya que el caballero había dejado una nota suicida que tenía como destinatario al juez. Me permitieron ver la carpeta de la causa, en donde se encontraban esa carta y otra más, dirigida a los hijos. Me puse en contacto con la familia, y como había pasado un tiempo del hecho y el proceso de duelo y de pérdida estaba un poco más subsanado, había cierta tranquilidad. Todo eso hizo que no se sintieran muy incómodos con mi llamada, de hecho, querían contar la historia de su familia. Programamos una serie de entrevistas presenciales y por teléfono, y fui reconstruyéndola. Por cierto, los hijos no veían lo ocurrido como un femicidio porque conocían la situación de sus padres y lo atribuían a una especia de eutanasia. Ahora, si bien es cierto nadie le preguntó a ella si quería morir, ellos entendieron que fue una decisión basada en el amor. Entonces, no hubo esa resistencia inicial que puede haber en casos como este, donde hay de por medio una tragedia.

“Me interesa que esa verdad que estoy contando, y que tampoco es una verdad única, esté rigurosamente documentada. Que no sea una apreciación subjetiva de lo que estoy mirando, sino que sea fidedigna y esté fundamentada en fuentes testimoniales, fuentes oficiales y documentos. Cuando el trabajo se hace con rigurosidad, no hay nada que pueda tirarlo abajo”.

—¿Qué es lo que lo inspira a contar historias y adentrarse en el mundo de la investigación?

—A mí lo que me gusta es encontrar mundos ajenos a los míos, o sea, intentar estar en lugares en los que habitualmente no estoy, por curiosidad simplemente. Dentro del periodismo que me gusta hacer, hay una periodista colombiana muy reconocida que se llama Ginna Morelo, y que lo define como “caminar con los otros”. Eso es lo que me gusta hacer, conocer historias nuevas, conocer las vidas de los otros, conocer esos mundos desde otros ojos. Claro que esos mundos tienen que tener cierta relevancia. La idea es que puedan contar no solo las vidas de esas personas, sino que también los fenómenos que surgen a partir de esas vidas, es decir, que muchas personas a partir de ellas se puedan llegar a sentir identificadas.

—¿Cree que haber ganado el PPE produjo un antes y un después en su carrera?

—Claramente la visibilización del tema es una consecuencia de este tipo de instancias. El premio genera una segunda vida en los artículos, que vuelven a ser publicados y entonces más gente los lee. Pero, en general, yo no hago mi trabajo pensando en que un determinado tema o artículo pueda ser premiado, sino que lo hago con el mayor interés en conocer esos mundos de los otros, y si eso tiene como consecuencia que pueda ser reconocido por otras personas como un trabajo bien realizado, feliz.

“A mí lo que me gusta es encontrar mundos ajenos a los míos, o sea, intentar estar en lugares en los que habitualmente no estoy, por curiosidad simplemente. Dentro del periodismo que me gusta hacer, hay una periodista colombiana muy reconocida que se llama Ginna Morelo, y que lo define como ‘caminar con los otros’. Eso es lo que me gusta hacer, conocer historias nuevas, conocer las vidas de los otros”.

—¿Cuál es su principal recomendación para quienes se quieren dedicar al área de la investigación?

—Mi principal consejo es que exploren la curiosidad, que se interesen por el mundo de los otros, que diseñen sus trabajos con la mayor capacidad de asombro. La mayor complicación que se da -yo hago clases en la universidad también- se presenta a la hora de elegir una pauta. El conflicto tiene que ver con una estrechez de mundo que genera que las pautas sean muy reducidas y limitadas. Yo digo que pensar en el mundo del otro es como ampliar la red de temas y esa es la labor del periodista, explorar y develar nuevos mundos. Entonces esa es la invitación: caminar por otras realidades, no tenerle miedo a lo desconocido y a vivir un viaje personal por lugares que habitualmente no frecuentan, tomándolo como un desafío con interés y pasión. Abrir el mundo al que tienen acceso y mostrarle esos mundos al lector, bien contados, de manera rigurosa y fidedigna.

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Luis Miranda Valderrama: “Me enamoré del periodismo en la medida que encontré historias para contar”

Luis Miranda Valderrama:

“Me enamoré del periodismo en la medida que encontré historias para contar”

Fue el primer periodista que ganó el PPE, en 2003. Y lo hizo con una crónica publicada en la extinta revista Fibra, donde narró cinematográficamente la profunda mutación que enfrentó el sistema de justicia con la entrada en vigencia de la Reforma Procesal Penal. Un retrato que puso fin a los actuarios y dio cabida a los juicios orales protagonizados por jueces, fiscales, abogados defensores y hasta testigos que llegaban con peluca a los tribunales. Luis Miranda estaba haciendo lo que hoy se conoce como Periodismo Literario, un género que entonces pocos conocían en Chile.

Por Patricio Pinto

Si el camino que llevó a Luis Miranda Valderrama a convertirse en periodista fuera una película, comenzaría con un niño en una biblioteca. Hijo de padres que desde temprano lo familiarizaron con las enciclopedias que compraban en fascículos, no había día en que no se perdiera en ellas. “La fascinación que me provocaba leer biografías e historias fue evolucionando al deseo de escucharlas y de querer contarlas”, dice quien antes de dar ese salto pasó por la carrera de medicina. “Un día me retiré y no sabía qué hacer. Hasta que me di cuenta de que el periodismo era lo que más me acercaba a leer y a contar historias, y por ahí me fui”.

No fue una transición fácil. Encontrar potencial narrativo en la realidad no era algo que se enseñara en las escuelas de Periodismo de los ’90. “Yo era mediocre como estudiante de periodismo. Jugaba a la pelota y también al básquetbol. Me gustaba la lectura, pero no me gustaban algunos profes. Recuerdo que tuve uno que me hizo escribir redacción general con la típica pirámide informativa, dar vuelta una entrevista. Reprobé ese ramo, me hacía sufrir. Ya después, cuando publiqué algo en medios, este profe me dijo que sabía que no iba a escribir ese tipo de periodismo, pero que tenía que hacerme pasar por eso. Igualmente fue bueno porque las personas que son más creativas también necesitan un poco de fuerza y de oficio”.

Y el oficio para este cronista se resume básicamente en cuatro elementos: el primero es leer mucho; el segundo, es practicar; el tercero, es estar atento. Y el cuarto, “trabajar como chino y reportear mucho”.

—¿Cuándo se dio cuenta de que con hechos reales podía construir historias?

—Empecé a encontrar esas historias cuando empecé a ser periodista, cuando tenía que ganarme la vida y la manera era observar, estar atento en la calle y leer los diarios. Básicamente era estar atento a cosas que estaban contadas en breve pero que podían ser buenas historias y desarrollarse formidablemente si uno reporteaba harto.  

“Lo que hacen estas distinciones es hacerte figurar, y en mi caso fue especial porque de alguna forma -creo yo- mi trabajo marcó una diferencia con lo que se hacía periodísticamente hasta ese momento. Hablo de un estilo para contar historias. Historias reales contadas con elementos dramáticos que las hacían un poco más interesantes o con carne, como se dice. Recuerdo que había personas que me decían que les gustaba mi forma de escribir. En ese sentido, este premio me abrió las puertas y me generó un nombre”.

Los frutos de esa siembra se pudieron ver con claridad cuando se convirtió en uno de los primeros en ganar el PPE en 2003. Lo hizo con un trabajo publicado en la revista Fibra, una crónica llamada “Hable ahora o calle para siempre”. En ese entonces, Miranda ya se divertía y se sentía cómodo escribiendo historias que más adelante también publicaría en medios como Caras, Paula o El Mercurio, e incluso en un libro de crónicas llamado “Dios es Chileno” (Planeta, 2007), del cual es coautor.

“Yo me enamoré del periodismo en la medida de que encontré historias para contar. Y si bien al comienzo la concepción de las historias pertenecía más bien al terreno de ficción, entré en un momento donde también los escritores de ficción comenzaron a participar en el ámbito del periodismo”, dice quien fuera subeditor en La Nación Domingo y El Semanal de La Tercera, y actual editor en Las Últimas Noticias.

—Cuando la fascinación por las historias y el oficio por fin cuajaron, usted se convirtió en ganador del PPE en 2003. Ese año además, fue finalista con “El duelo de la familia Soto Tapia”, el conscripto del regimiento Yungay en San Felipe que fue brutalmente asesinado a mediados de los ’90. ¿Qué provocaron estos reconocimientos en su vida profesional?

—Evidentemente, la creación de este premio produjo un cambio. Lo que hacen estas distinciones es hacerte figurar y, en mi caso, fue especial porque creo que de alguna forma mi trabajo marcó una diferencia con lo que se hacía periodísticamente hasta ese momento. Hablo de un estilo para contar historias. Historias reales contada con elementos dramáticos que las hacían un poco más interesantes o con carne, como se dice. Recuerdo que ponía diálogos, estructura, jugaba con los tiempos, etc. O sea, utilizaba lo que hoy se llama Nuevo Periodismo o Periodismo Literario, que era algo que, en ese entonces, no lo hacía mucha gente en Chile. No sé si marqué una escuela pero sí recuerdo que había personas que me decían que les gustaba mi forma de escribir. En ese sentido, este premio me abrió las puertas y me generó un nombre.

—Según su criterio, ¿cuáles son los ingredientes para encontrar una buena historia?

—A veces uno dice: esto es un historión, pero en ocasiones también te mandan a hacer historias que son más pequeñas y piensas: déjala ahí, hay algo. Lo que ve uno es el lugar, los personajes, la historia, el trasfondo.

—¿Qué se necesita para reportearlas y contarlas?

—Se necesita, principalmente, trabajo. Si tienes a una persona que trabaja, el talento se puede pulir. El periodismo te da la posibilidad de contar historias, la gracia es ver si esa historia es lo suficientemente única. Y para que sea única depende mucho del punto de vista de quién la cuente. La idea es intentar llegar antes que otros, pero sobre todo reportear.

—En la crónica “Hable ahora o calle para siempre” cuenta la mutación que sufrió el sistema de justicia con la llegada de los juicios orales. ¿Cómo recuerda ese reporteo en particular?

—Yo era colaborador en ese tiempo. Y recuerdo que al saber que esta era la justicia que venía, asistir a un juicio y contarlo por dentro (en una de las regiones donde se empezó a aplicar el modelo) caía del cielo, porque en Santiago no se conocía. Mi visión era reportear la reforma, sentía que ésta pesaba sobre dos protagonistas: el fiscal y el abogado defensor. Conversando con Andrea Palet (entonces editora general de Fibra), me dijo que su hermano era abogado y que su cuñada trabajaba en la Defensoría Penal de Linares, algo así. Concluimos que yo podría ir a un juicio cualquiera con la estrategia de mostrar cómo funcionaba, y contar el momento tal cual como lo veíamos. Nosotros queríamos contar cómo era la justicia, no el juicio en sí. Una vez que nos dieron la fecha de un juicio equis, y como era una instancia pública, me instalé con un cuaderno en la mano y anoté todo. (…) La manera en que escribía era la única manera en la cual yo podía sentir una historia: tenía que ir, estar, oler.

“El periodismo te da la posibilidad de contar historias, la gracia es ver si esas historias son lo suficientemente únicas. Y para que sean únicas depende mucho del punto de vista de quién las cuente. La idea es intentar llegar antes que otros, pero sobre todo reportear”.

—¿Cuál es su mirada de la Reforma Procesal Penal hoy en día?

—No es una mala reforma, creo que era lo que había que hacer y que es mucho mejor que la justicia antigua. Pero también pienso que es una reforma muy idealista. Ingenua en el sentido de que se pensó que los fiscales tendrían una mística que, a la luz de los hechos y ante el aumento de los volúmenes de delincuencia, no da abasto. En ese entonces había una confianza ciega en que la reforma iba a corresponder a un nuevo Chile, y creo que lo que ha hecho es responder de acuerdo a sus capacidades.

—¿Hay algún juicio oral reciente que le hubiese gustado contar?

—Sí, pero no lo voy a decir porque quiero hacerlo libro.

—¿Cómo podría describir el trabajo en la revista Fibra? ¿Qué perdimos los lectores cuando desapareció?

—Fibra fue una revista revolucionaria en muchos aspectos por el nivel de editores, periodistas y diseño que había ahí. Fue un lugar de grandes pautas y de libertades, de gente muy inteligente, creativa y talentosa. Duró incluso más de lo que pudo haber durado en otras circunstancias, y fue un hito, pero como todos los hitos en el periodismo, si no se mantiene, se muere. Los lectores, en rigor, no perdieron nada, en el sentido de que los medios de comunicación existen si son leídos, si tienen éxito editorial y si tienen éxito comercial. Son empresas o medios subsidiados por empresas que si no llegan a buen puerto desaparecen.

“Recuerdo que al saber que esta era la justicia que venía, asistir a un juicio oral y contarlo por dentro (en una de las regiones donde se empezó a aplicar el modelo) caía del cielo, porque en Santiago no se conocía. Mi visión era reportear la reforma, sentía que ésta pesaba sobre dos protagonistas: el fiscal y el abogado defensor. (…) Una vez que nos dieron la fecha de un juicio equis, y como era una instancia pública, me instalé con un cuaderno en la mano y anoté todo”, dice sobre la crónica ganadora en 2003 del PPE: “Hable ahora o calle para siempre”.

—¿Cree que la mirada de un cronista puede generar conversación e influir en la opinión pública? Por ejemplo, si se hubiese contado más la Convención Constitucional, ¿el resultado del plebiscito de salida habría sido otro?

—Nuestro trabajo influye totalmente. Y en cuanto a la Convención, encuentro que se disparó muchas veces a los pies, partiendo con Rojas Vade y siguiendo con otras cosas. Creo que el periodismo (narrativo) ahí, podría haber aportado, para mejor o para peor, no lo sé.

—Fuera de su rol de editor en Las Últimas Noticias, ¿cuáles son sus proyectos?

—Estoy terminando una novela que es ficción, tengo un taller de escritura creativa con otro finalista de la Alberto Hurtado, Roka Valbuena. Y también tenemos un proyecto de una editorial que está pronto a salir.

—¿Qué le recomendaría a estudiantes de periodismo o periodistas que quieren hacer trabajos como el suyo, pero no saben dónde?

—Que escriban, que reporteen. Si están en la universidad, hagan las de quico y caco, desarróllense. Miren, si se van a equivocar en la facultad les ponen un rojo, no es nada, después se les olvida. Tomen los fracasos como son, posibilidad de mejorar. Sean apasionados escribiendo, hay historias en todos lados.

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Juan Andrés Guzmán: “A mí lo que me motiva es entender”

Juan Andrés Guzmán:

“A mí lo que me motiva es entender”

Los reporteos en los que se involucra marcan el pulso de Chile. Juan Andrés Guzmán ha participado en trabajos que han develado, por ejemplo, los secretos tras la red de poder de Fernando Karadima, el mecanismo de las grandes fortunas chilenas para evadir impuestos usando empresas zombis, y las distintas rutas del lucro en la educación. También retrató con maestría las consecuencias humanas del terremoto y tsunami que afectó a Chile en 2010 en la crónica “La Ola Maldita”. Desde el extranjero y mientras se desempeña en el medio de investigación Tercera Dosis, el tres veces ganador del PPE Escrito cuenta qué lo sostiene en el periodismo con tesón y porfía.

Por Camila Olivares

Dice que reporteando el tsunami de 2010 en la Isla Orrego para la revista Paula descubrió al Dios de los periodistas. Y que meterse a desenmascarar las empresas zombis de Sebastián Piñera para Ciper lo hizo perder el pelo, porque no sólo fue complejo levantar información que estaba bajo siete llaves, sino que además la investigación no generó –a su juicio– el impacto que le habría gustado. Mal que mal, el protagonista se convirtió en Presidente de Chile en dos oportunidades.

A pesar de todo, Juan Andrés Guzmán no baja los brazos. Lo moviliza entender las raíces de las problemáticas sociales del país, y desde el extranjero –donde vive y está haciendo un doctorado- se organiza con las periodistas Alejandra Matus y Marcela Ramos para darle cuerpo al nuevo medio de comunicación que fundaron durante 2022: Tercera Dosis.

“Queremos ir más allá de la investigación que hasta ahora ha estado emparentada con la policía y los tribunales, y dar cuenta de fenómenos sociales que no necesariamente son ilegales. Hay que explicarlos de otra manera y queremos que tenga humor. Estamos avanzando hacia tener una voz”, cuenta Guzmán, ex director de The Clinic, ex editor de Ciper y ganador del PPE Escrito en tres oportunidades: 2010, 2012 y 2017.

En esta entrevista que otorgó desde su residencia en Glasgow, Escocia, el periodista hace un repaso por varios de sus trabajos destacados por el PPE.

—La crónica “La ola maldita” es, a estas alturas, un documento histórico. Pocos textos son capaces de retratar tan bien el impacto que tuvo el tsunami del 27-F. ¿Cómo se enteró de la embarcación (El Pinita) y de qué forma llegó a sus tripulantes para reconstruir la tragedia que asoló a la Isla Orrego?

—Yo andaba con unos periodistas de The Clinic. Arrendamos una camioneta al día siguiente del terremoto y fuimos juntos a reportear el punto. Creo que en ese momento estaba trabajando para el Miami Herald y a ellos les habían pedido una crónica sobre el terremoto. Llegamos a Constitución y el periodista Claudio Pizarro me mencionó que había una isla en donde había quedado gente atrapada y eso me quedó dando vueltas. Después volví a la zona por la revista Paula y empecé a trabajar en esa historia, no solo en esa primera isla sino en unas islas más atrás. Hay una versión más larga que tiene lo que pasó en otra isla. Lo que pasó es que no entró en esa edición porque ¡el espacio, el maldito espacio!, no lo permitió.

“La carga de hacer esa historia (la del tsunami de 2010) fue super fuerte. A mí me enseñó que existe el Dios de los periodistas. Aprendí que si tú buscas y buscas, lo vas a encontrar. Dios te va a premiar y te va a poner a la fuente que estás buscando. En esa ocasión, yo estaba buscando a los tres niños que habían sobrevivido a la ola estando dentro de la isla y a quienes los rescató un helicóptero a la mañana.

—¿Y cómo fue reconstruir un hecho tan catastrófico que marcó la historia de un país?

—Fue durísimo porque había que hacer las preguntas de las que la gente se ríe hoy día en las redes sociales. Es decir, de cuando los periodistas vamos y le preguntamos al que se acaba de caer: “¿Qué le pasó?”. Bueno, eso es lo que había que hacer acá también. Esa era la forma de entrar, no se podía ser mucho más sofisticado cuando es eso precisamente lo que quieres saber: cómo estuvo a punto de morir y qué pasaba por su cabeza en ese momento. La carga de hacer esa historia fue super fuerte. A mí me enseñó varias cosas sobre reporteo, me enseñó que existe el Dios de los periodistas.

—¿En qué sentido?

—Aprendí que si tú buscas y buscas, lo vas a encontrar. Dios te va a premiar y te va a poner a la fuente a la que estás buscando. En esa ocasión, yo estaba buscando a los tres niños que habían sobrevivido a la ola estando dentro de la isla y a quienes los rescató un helicóptero a la mañana siguiente. Los únicos que podían contar esa parte de la historia eran estos tres muchachos que se subieron a los árboles y sobrevivieron, pero no había ningún rastro de ellos. Entonces, la pregunta es: ¿cómo los encontré?

—¿Gracias a Dios?

—Recorrí toda la ciudad, de un lado a otro, preguntando por ellos. Una de las preguntas que yo le hacía a todas mis fuentes testimoniales era: “¿Usted escuchó de estos tres chicos…?” Y en la vez número mil que lo pregunté alguien me oyó y resultó ser pariente de ellos. Por eso digo que hay un Dios de los periodistas: es la chance, la oportunidad, la probabilidad. En el fondo, esa es la enseñanza para mí.

—Cuando investigó las empresas zombis que compró el ex Presidente Sebastián Piñera para ahorrarse impuestos, usted era editor en Ciper. ¿Qué importancia tuvo ese medio para usted?

—He tenido la suerte de estar en medios que no pagan bien pero que están en la movida. Ciper era uno de esos y también The Clinic. No me importa. Estuve en el Clinic cuando había que estar y en un momento en el que el humor era una herramienta súper potente para una sociedad que no quería enfrentarse a sus problemas. Hay un momento de quiebre, sin embargo, que creo que es en 2011: ya no bastaba con reírse. Creo que fue entonces cuando, por distintos motivos, terminé en Ciper, que era una mucho mejor respuesta a una sociedad que estaba buscando cambios. Comprender estos mecanismos era super complejo, solo se podía hacer bajo la estrategia de Ciper que era meterse.

—En cuanto a meterse en las empresas zombis de Piñera, ¿fue difícil tener acceso a la información?

—Sí, por supuesto, fue muy difícil obtener la información y luego entenderla, y después hacer un relato más o menos comprensible que diera cuenta de ella. Fue uno de los trabajos que más me sacó pelo. Antes de las empresas zombis no me faltaba tanto pelo.

—¿Sufrió algún tipo de amenazas?

—Los abogados estaban muy enojados, por el tipo de pregunta excesiva, y cuando un abogado importante está enojado es como: ¡wow!, ¿qué va a pasar? Pero no, amenaza propiamente tal, no… por suerte.

“Fue muy difícil obtener y entender la información (sobre las empresas zombis que Piñera compró para ahorrar impuestos). Y luego hacer un relato más o menos comprensible. Fue uno de los trabajos que más me sacó pelo. Los abogados estaban muy enojados, por el tipo de pregunta excesiva, y cuando un abogado importante está enojado es como: ¡wow!, ¿qué va a pasar?”

—¿Cuál es la relevancia que le da a que este tipo de casos salgan a la luz?

—Creo que tienen sentido cuando uno publica y algo pasa. No son artículos que se satisfacen en la belleza de la escritura, que quedan ahí para la posteridad. Cuando tú hablas del Sename algo tiene que pasar para que esa violencia y esa brutalidad termine [junto a la periodista Daniela Mohor, Guzmán ganó el PPE en 2003 por el reportaje “Cárcel de Puente Alto: Un campo de concentración para niños”, publicado en la extinta Revista Siete+7]. Ahí es donde encaja este periodismo que a mí me motiva todavía. Ahora, ese periodismo falla no solamente porque a veces no tienen los datos ni la evidencia, también falla cuando no hay un sistema político que reaccione. A mí lo que me interesa es la justicia diaria de los chilenos, hay una necesidad.

—¿Qué ocurrió luego de la publicación de esa investigación sobre Piñera en particular? ¿Qué impacto tuvo?

— No tuvo ningún efecto porque Piñera, a pesar de eso, salió presidente. Es esperable que un tema tan complejo como la elusión no sea tan trascendente para servir de cuestionamiento para un candidato presidencial, pero yo creo que la elusión es un problema de fondo en la sociedad chilena, es el triunfo de los pillos. Muchos de los problemas políticos que tenemos hoy en día tienen que ver con gente que no cumple y con la que no se puede llegar a acuerdos de fondo porque no hay honestidad en esas relaciones. A eso apunta el tema de la elusión.

—Al menos, el reportaje sentó precedentes y fue reconocido como ejemplo de buen periodismo con el PPE.

—Sí. Fuimos premiados y para el ego esto hace súper bien porque te ayuda a trabajar con un poco menos de desgaste. Yo siempre lo pensé como algo más bien estratégico, como que te da más fichas para seguir apostando en nuevos partidos. Si no lo hubiera ganado, en todo caso, seguiría haciendo cosas. A mí lo que me motiva es entender. Me demoro, pero me produce alegría entender.

“El reportaje no tuvo ningún efecto y es esperable que un tema así no sea tan trascendente para servir de cuestionamiento para un candidato presidencial, pero la elusión es un problema de fondo en la sociedad chilena, es el triunfo de los pillos. Muchos de los problemas políticos que tenemos hoy en día tienen que ver con gente que no cumple y con la que no se puede llegar a acuerdos de fondo porque no hay honestidad en esas relaciones”.

—¿Cuál es su visión del periodismo que se hace actualmente en Chile?

—Hay medios como Piensa Prensa o Interferencia o lo que nosotros estamos haciendo en Tercera Dosis con Alejandra Matus y Marcela Ramos, que creo que van en la línea correcta, pero dada la falta de recursos tienen mucho ripio. Y creo que los que están bien financiados, la tele por ejemplo, no están haciendo un aporte a la democracia. Falta reflexión sobre una democracia en la que todos nos sintamos seguros.

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Paz Montenegro: “Quiero seguir dándoles voz a los que no tienen voz”

Paz Montenegro:

“Quiero seguir dándoles voz a los que no tienen voz”

Junto a los equipos de Contacto, primero, e Informe Especial, después, Paz Montenegro ganó dos veces el PPE  Audiovisual con reportajes que abordan la infancia en Chile. “Mi hija es transgénero” y “Depredadores al acecho, explotación sexual en la puerta de un hogar de niñas”, tienen como protagonistas a menores de edad que la han llevado a tomar decisiones éticas en todo momento. “La opción es abordarlos de una manera horizontal, es decir, desde la altura de ese niño o niña para que podamos mirarlo a los ojos y escuchar lo que tiene que decir”, dice la periodista que hoy trabaja en TVN.

Por Laura Solís y Matías Gallardo

A pesar de que comenzó escribiendo en los diarios La Segunda y El Metropolitano y que después, en 1999, ingresó a Canal 13 como reportera política, la gran pasión de Paz Montenegro (47) no era cubrir las administraciones de Eduardo Frei, Ricardo Lagos y parte del primer gobierno de Michelle Bachelet, como lo hizo durante un buen tiempo, sino poner en colores y fotogramas aquellas historias humanas que requieren de una investigación más profunda para salir a la luz.

En 2010, se integró al equipo de Contacto y se especializó en temas de educación, tendencias, salud e infancia. Paz Montenegro siempre está siguiéndole la pista a la prensa internacional. Dice que es “afuera” donde más encuentra pautas. Así, al menos, llegó a enterarse de distintas historias de niñas y niños transgéneros en Estados Unidos. Fascinada, convenció a su editora de que en Chile también podían levantar casos así.

Tardó dos años en hallar la historia pero lo logró, y junto al equipo de Contacto realizó el reportaje “Mi hija es transgénero”, trabajo con el cual ganaron el PPE Audiovisual en 2015. Este trabajo marcó un punto de inflexión en quien fue conductora y realizadora de los programas “Réplica”, “Hora de Infidentes” y “Anónimos” para luego pasar a formar parte de las filas de TVN.

Recién llegada en 2021 al canal público, su investigación para Informe Especial, “Depredadores al acecho, explotación sexual en la puerta de un hogar de niñas”, también recibió el PPE Audiovisual. “Este último fue un reportaje al que le pusimos mucha garra, mucha investigación y mucho corazón. Lo realizamos en los años difíciles de la pandemia y, por lo mismo, fue muy emocionante recibir ese reconocimiento”, dice Montenegro, quien se proyecta como periodista hasta el final de los tiempos.

—Ambos trabajos ganadores abordan la vulneración de derechos de menores de edad. ¿Cómo es tratar estos temas, especialmente sensibles, tanto en el ámbito personal como profesional?

—Cuando uno hace periodismo de investigación, abordar esta temática se vuelve una opción editorial. Queremos darle voz a los que no tienen voz, y en ese rango caben siempre los niños, niñas y adolescentes (NNA). En mi caso, la infancia vulnerada siempre ha sido un desafío. Y ahí la opción que hemos tomado es abordarla de una manera horizontal, es decir, desde la altura de ese NNA, para que podamos mirarlo a los ojos y escuchar lo que tiene que decir: cuáles son sus dolores, sus sueños, sus metas y también las vulneraciones que le afectan. Nuestro rol como actores de los medios de comunicación es visibilizar a esta parte importante de la población. Son los adultos del mañana. Esto, para mí, siempre ha sido una prioridad.

“Contrarrestar la información es fundamental en el periodismo de investigación, tanto en la parte documental como en la parte testimonial. No basta con que la fuente te diga: ‘mira, a mí me pasó tal cosa…’. Hay que estar siempre súper alerta”.

—¿Qué más procura cuidar cuando se acerca a la infancia?

—Soy mamá de cuatro, así que, por un lado, creo que eso también me permite tener una conversación más cercana con ellos y poder comprender mejor sus problemáticas. Por otro, es llevar una mochila conmigo siempre. Estas son historias que uno se lleva para la casa y que siempre te acompañan, incluso en el tiempo. Yo sigo en contacto con la mayoría de los protagonistas de mis reportajes y de las historias que he contado; eso se va acumulando, y forma también parte del crecimiento periodístico y personal.

—En términos éticos, ¿también es un desafío realizar estos reportajes?

—Gran parte de nuestro trabajo no se ve en pantalla, aún cuando es la más importante. Son procesos que implican harto esfuerzo de todo el equipo, así como también mucho debate, porque es necesario tener un espacio de conversación desde el punto de vista ético. Estamos tratando con menores de edad, entonces ¿los mostramos o es más importante resguardar su identidad? ¿Qué riesgos corren si los exponemos? Hay muchas discusiones de este tipo que llevamos adelante. En el caso de Andy [protagonista del reportaje “Mi hija es transgénero”], por ejemplo, era una niña de cinco años que tenía la autorización de sus papás. Pero lo discutimos muchísimo con el equipo previamente, porque ¿qué iba a pasar si no le veíamos la cara en el reportaje? ¿Podríamos llegar al telespectador y contar su historia, sus emociones y todo lo que le pasaba, si era solamente un borrón en la pantalla? Son opciones que se toman con riesgo y no siempre salen bien, pero tratamos de que la mayoría de las veces sea lo mejor para todos y, en este caso en particular, especialmente para nuestra protagonista.

—¿Considera que estos casos son lo suficientemente vistos por las audiencias o que son, más bien, temas que los medios no tocan?

—No diría que es un tema que nadie más toca, pero sí que está evolucionando o en constante ebullición, y con mucha presencia ahora. Hoy día, cuando hablamos de niños transgénero, tienes todo tipo de notas periodísticas y es emocionante ver que –aún con dificultades- hemos logrado poner sobre la mesa un tema tan relevante. En el caso de Anita Cruchaga y de estas bandas de explotación sexual que protagonizan nuestro segundo reportaje ganador del PPE, lo que hicimos fue tocar una arista que no estaba tan vista. Esto, a pesar de que lo que pasaba dentro del Sename no era nuevo y de que la vulneración de los NNA en hogares de menores es algo que se arrastra hace muchísimos años.

“Quiero mantenerme haciendo lo que más me gusta por el mayor tiempo posible, y eso es el periodismo de investigación. Quiero seguir estando en la calle, quiero seguir estando en contacto con la gente. Quiero seguir contando historias que nos renazcan y que permitan el cambio”.

—¿La investigación periodística tiene costos para la seguridad de la persona que lo ejerce?

—Diría que dentro de los riesgos más “mínimos” está el equivocarte en confiar en una fuente, y darte cuenta al poco o largo andar de que estás siendo utilizada; en eso hay que estar siempre súper alerta. Contrarrestar la información es fundamental en el periodismo de investigación, tanto en la parte documental como en la parte testimonial. No basta con que la fuente te diga “mira, a mí me pasó tal cosa…”. Lo bueno es que hoy hay muchísimas más fuentes para consultar, y eso te permite hacer un trabajo mucho más acucioso, más detallado y específico. Respecto de los peligros, siempre existen cuando tienes que ir a buscar a alguna persona o testimonio que está envuelto en algún hecho delictual. Obviamente corres riesgos pero se tratan de minimizar con el trabajo en equipo: se planifica bien y vamos generalmente acompañados de las fuerzas de orden público, ya sea por Carabineros o la PDI.

—Desde ese punto de vista, y en comparación con el periodismo escrito, trabajar en la televisión es un lujo.

—No, para nada. Claramente son caminos distintos, pero que en definitiva se complementan. Nosotros, los medios audiovisuales, a veces estamos lejos de poder lograr la profundidad que tiene un reportaje publicado en un sitio de internet como Ciper. En los noticiarios, los reportajes o crónicas que hacemos duran entre 15 y 18 minutos, y para Informe Especial duran poco menos de una hora. En ese rango no logras abarcar problemáticas completas, o al menos no desde todas sus aristas. Todos los medios, incluyendo también las alternativas que hay ahora en las redes sociales, se van complementando para poder tener una sociedad informada, que finalmente es el objetivo final: que tengas la información necesaria para tomar tus decisiones con libertad en torno a qué es lo que quieres hacer y cómo lo quieres hacer.

—¿Cómo evalúa el tratamiento que le está dando la nueva generación de periodistas al género investigativo?

—Creo que hoy la llevan en materia de periodismo de datos, porque tienen toda esa facilidad de las nuevas tecnologías, además que les sale muy natural, son nativos digitales. Ahora, si me preguntas cuál es la debilidad que veo en las nuevas generaciones, es la falta de calle, es pensar de que todo se puede resolver desde el escritorio. Eso no es así. No basta con que te lo digan todo por teléfono o por videollamada, hay cosas que sólo se resuelven conversando con la gente presencialmente, aunque implique mayor tiempo y esfuerzo. Es parte de lo que se echa de menos en las nuevas generaciones.

—Dando el paso al premio, ¿qué significa para usted haber ganado el PPE dos veces?

—Es un orgullo. El PPE es quizás la plataforma más importante donde se visibilizan los trabajos periodísticos a nivel nacional, y es donde nos reencontramos año a año para saber qué se está haciendo, cómo se está haciendo, cuáles son las mejores prácticas periodísticas, dónde están los mejores golpes. Y yo te diría que esa vitrina nos hace bien a todos, nos permite reconocernos en nuestros talentos, y desafiarnos también para hacer un mejor periodismo.

“Todos los medios, incluyendo también las alternativas que hay ahora en las redes sociales, se van complementando para poder tener una sociedad informada, que finalmente es el objetivo final: que tengas la información necesaria para tomar tus decisiones con libertad en torno a qué es lo que quieres hacer y cómo lo quieres hacer”.

—Marcando un punto más introspectivo , ¿qué es lo que ha aprendido con estos reportajes? ¿Alguno la ha marcado de manera especial?

—Es una pregunta difícil, pero te diría que “Mi hija es transgénero” me marcó profundamente en lo profesional y en lo personal. La posibilidad de entrar en un mundo desconocido para mí en ese minuto, entenderlo y validar lo que está sintiendo esta niña en un país donde eso no pasa o donde no creíamos que fuera así, lo hace muy especial para mí. No tiene que ver solo con la emocionalidad, tiene que ver con ese poder descubrir y entender. Yo creo que ahí fuimos muy pioneros de lo que venía, y eso fue una apuesta del equipo y del canal.

—¿Cuáles son sus proyectos y metas como periodista actualmente?

—Quiero mantenerme haciendo lo que más me gusta por el mayor tiempo posible, y eso es el periodismo de investigación. Quiero seguir estando en la calle, quiero seguir estando en contacto con la gente. Quiero seguir contando historias que nos renazcan y que permitan el cambio, dándoles voz a los que no tienen voz. Esa es y sigue siendo mi meta y es un orgullo poder hacerlo desde la televisión pública hoy.

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Ivonne Toro: “Vale la pena contar historias de vulneración porque le pones rostro a algo que afecta a muchas personas”

Ivonne Toro:

“Vale la pena contar historias de vulneración porque le pones rostro a algo que afecta a muchas personas”

La suya es una de las mejores plumas del país. Partió en la radio Chilena pero luego publicó en medios escritos como La Nación Domingo, La Tercera, The Clinic, Ciper y El Mostrador. Siempre versátil, Ivonne Toro es de las periodistas que puede cubrir política o corrupción con la rigurosidad del reporteo duro, pero al mismo tiempo reconstruir historias humanas con precisión narrativa, como si fueran películas. Aquí habla de la vigencia de tres trabajos con los que ganó en 2014, 2018 y 2019 distintas categorías del PPE Escrito: “No es país para viejos: El pacto suicida de Jorge y Elsa”, “El sueño inconcluso de Machuca” y “El estallido vital de Geraldine”.

Por Camilo Roa

Fue en 2010, mientras trabajaba como periodista en La Tercera, cuando descubrió el poder de la crónica. Por primera vez Ivonne Toro, que hasta entonces cubría mayoritariamente política, se metía en una historia distinta, de largo aliento. “Nunca había hecho una crónica y fue como: ‘guau’, me gusta. Era sobre los 33 mineros que quedaron atrapados en la mina San José. Cuando todavía no se sabía si estaban vivos o muertos, me tocó contar sobre el nerviosismo que estaba instalado en La Moneda y lo que estaba pasando paralelamente allá con los familiares. Fue uno de los trabajos que más me gustado hacer”, dice.

No trabajó sola. Junto a Carlos Vergara, que es un reportero que estaba en el lugar de los hechos (el yacimiento donde ocurrió el derrumbe quedaba a 30 kilómetros al noroeste de la ciudad de Copiapó), sumaron fuerzas para reportear y escribir. La historia se llamó ““Un país en shock: los capítulos de la segunda tragedia del Bicentenario” y fue finalista en el PPE ese año. “Era una historia muy bien contada porque contenía poder, crónica y terreno. Me gustó esa mezcla entre una historia humana y lo que es la política global”, agrega.

Ese gusto de Ivonne Toro por las historias reales sólo se profundizó con el tiempo. En los años siguientes llegó a ganar diversas categorías del PPE Escrito, con los textos “El sueño inconcluso de Machuca” (The Clinic, 2014), “No es país para viejos: el pacto suicida de Jorge y Elsa” (La Tercera, 2018) y “El estallido vital de Geraldine” (La Tercera, 2019). A ellos se suman otros seis trabajos con los que la periodista ha sido finalista en el PPE.

A pesar de que hoy no es posible leerla en medios porque ejerce el periodismo corporativo en una empresa, cuenta que está investigando para un libro que debería salir este año, y que además hace clases en la UDP. Para Ivonne Toro, “las crónicas tienen un material de investigación importante detrás, logran tener vigencia y ese eco llega hasta hoy”.

—Mirando en perspectiva su carrera, ¿qué historias son las que la movilizan?

—En los temas que en general me gustan existe vulneración de derechos y desprotección por parte del Estado y/o de los privados. Cuando un privado vulnera un derecho, el Estado debe estar ahí para ponerle freno, es tu garante. Y si no lo hace y hay gente que no tiene nada más que el Estado para sostenerse, estamos ante una situación de indefensión absoluta. Creo que vale la pena contar esas historias de vulneración porque le pones rostro a algo que afecta a muchas personas. De esa manera, logras mostrar y humanizar una problemática, al mismo tiempo que generas que alguien pueda leerlo y diga: “esto también me puede pasar a mí”.

—La vulneración de derechos pero sobre todo el abandono, es el denominador común de otros tres trabajos reconocidos con el PPE. Los reportajes “No es país para viejos: el pacto suicida de Jorge y Elsa” y “El sueño inconcluso de Machuca”, de cierta forma, dialogan entre sí.

—Claro, el de Machuca fue súper impactante porque era un chico que debía estar en la universidad ejerciendo su derecho a la educación pero que termina muerto. Como ese derecho fue interrumpido por temas administrativos de la universidad que determinaron que no hubiese clases, estos chicos idearon una manera de seguir educándose de forma autónoma en una casona (abandonada). Además, él encarnaba el sueño de ingresar a la universidad de una familia muy vulnerable. Era de la población San Gregorio, su papá era obrero y la mamá costurera. Yo los fui a entrevistar con mi hija pequeña, había pasado muy poco tiempo de su muerte, y aunque estaban recién en el periodo de duelo, querían contar esta historia que alguien de la ARCIS me sopló. Me dijeron que murió un estudiante, y era grave porque no estaba en clases, no porque estuviera faltando o porque no quisiera ir, sino porque no podían darle clases. Contar esa historia permitía reflejar la crisis de educación y ponía sobre la mesa el siguiente reclamo: ¿cómo regulas que las instituciones que prometen que te van a entregar educación realmente lo hagan? Y ¿qué puede pasar con alguien que no estaba recibiendo la educación que le prometieron y busca otra alternativa que termina en fatalidad? La universidad no cumplió con lo que ofrecía y hubo un accidente. Tú puedes decir, no es culpa de la universidad, pero ese accidente ocurre en un horario de clases y el chico debería haber estado en el aula.

—¿Y qué recuerda del reporteo que realizó para “No es país para viejos”, la crónica donde narra las razones que llevaron a dos personas mayores a suicidarse?

—Para contar la historia de Jorge y Elsa tuve que correr para tratar de abordar todas las aristas. Quería mostrar que no se trataba de un suicidio, que se trataba de algo más profundo que tenía que ver con el abandono a la tercera edad, con pensiones que no alcanzaban y con la soledad. El enfermero que los trataba me recalcaba que no estaban en la miseria, pero sí abandonados porque no hay redes de apoyo para las personas mayores. La falta de una política pública vinculada con la vejez  que se haga cargo de todos los problemas globales que conlleva, como lo es la salud mental, es un elemento muy importante.

“A través de la historia de Geraldine logras entender por qué protestaba. Ella concentraba una serie de injusticias del sistema en su propia vida. Era una menor de edad en una situación de vulnerabilidad absoluta a la que el Estado le falló previamente en la protección de sus derechos, y que posteriormente vuelve a vulnerar en la protesta, cuando la fuerza del Estado hace que una lacrimógena le hunda la cabeza y la deje en coma y al borde de la muerte. Es una situación muy dramática que había que contarla”, dice sobre su reportaje “El estallido vital de Geraldine”, publicado en Ciper.

 

—Logró acercarse al padre de Geraldine, la chica que recibió una bomba lacrimógena en su cabeza durante las protestas del estallido social, en un momento en que él textualmente dice que está siendo “acosado por abogados y periodistas”. ¿Cómo lo convenció de que hablara?

—Fui otra “acosadora”, pero una acosadora “más saludable”. Me pasa que el periodismo tiende a ser invasivo, ahora mismo estoy tratando de ubicar a alguien para una entrevista y le he estado mandando mensajes a Instagram a la amiga. Es parte de la profesión, aunque también tiendes a tener límites y hay ciertos códigos que sabes que no puedes traspasar: le tocas la puerta, pero hasta ahí llegas. En este caso, lo que hice con el padre de Geraldine, fue mandarle múltiples mensajes con harta gente, pedirle primero que me conociera, y después preguntarle si quería que habláramos. Finalmente accedió, pero también es un trabajo de convencimiento, decirle cuál es mi trabajo, por qué lo hago, cómo lo hago y qué quiero contar. En ese caso en particular, lo que hay es una vulneración de derechos de una menor de edad por parte de las fuerzas públicas del Estado que tiene consecuencias gravísimas, y en un momento en que las policías estaban desatadas. Geraldine aún está en tratamiento. Lo primero que se vulneró con ella es el derecho a la protesta, porque tú tienes derecho a salir a la calle y sabes que hay riesgos: que te pueden detener, que te puede llegar agua del guanaco, o incluso algo en una pierna. Pero que te disparen una lacrimógena a la altura de la cabeza con el riesgo que eso implica, y que quedes en el estado en que quedó Geraldine, como también le pasó a Fabiola Campillai, es un descriterio absoluto. No es legítimo uso de la fuerza, no es racional ni proporcional, y ahí también había que ver por qué teníamos ese nivel de violencia hacia los manifestantes. A través de la historia de Geraldine logras entender por qué protestaba a sus 15 años. Ella tenía una historia que concentraba una serie de injusticias del sistema en su propia vida. Era una menor de edad en una situación de vulnerabilidad absoluta a la que el Estado le falló previamente en la protección de sus derechos, y que posteriormente vuelve a vulnerar en la protesta, cuando la fuerza del Estado hace que una lacrimógena le hunda la cabeza y la deje en coma y al borde de la muerte. Es una situación muy dramática que había que contarla.

—¿Cómo ha avanzado judicialmente ese caso?

—A diferencia de lo que pasó con Fabiola Campillai, donde se identificó a quién lo hizo, y había grabaciones de audios, la Brigada de DD.HH. de la PDI intentó levantar toda la información posible, pero tengo entendido que no ha avanzado más allá, porque en muchos casos de derechos humanos no hay forma de probar la responsabilidad concreta. Aún así, los organismos internacionales que supieron de estas circunstancias ejercieron un mayor control respecto de lo que se hacía, y hay una reacción política: ven que algo se está haciendo mal y que hay que moderarse en el uso de la fuerza.

—¿Cómo está Geraldine hoy?

—En rehabilitación. He hablado con su papá, se le va a entregar una pensión, etcétera. Pero el trauma que sufre alguien de su edad es irreparable. No creo que sea suficiente, ella es muy chiquitita.

—Sus reporteos tienen una carga emocional muy potente, ¿cómo lo hace para sobrellevarla?

—Yo creo que los que más me afectaron fueron los casos del estallido social. Cuando hice el de Jorge y Elsa me golpeó, pero a la semana siguiente estaba cubriendo otra cosa, entonces emocionalmente volvías a cierta estabilidad. En el caso del estallido social era algo interminable. Me acuerdo de que en La Tercera sacamos la primera entrevista que dio el hermano de Gustavo Gatica, que fue en la Posta Central, en la Unidad de Trauma Ocular. Pensé que con su caso se había traspasado un límite y que no podía haber nuevos casos más terribles, pero no se acababa. Después, en CIPER, “Fabiola Campillai nos dio la primera entrevista donde habla (del ataque de Carabineros que la priva de varios de sus sentidos); luego pasó lo de Geraldine, y posteriormente vino lo del obrero (“Héctor Gana quedó con hundimiento craneal, pérdida parcial de visión y un mes en coma producto del disparo de una lacrimógena), entonces no podía desengancharme, estaba todo el día pensando en lo mismo, y ahí sí me golpeó fuerte.

“Yo creo que los reporteos que más me afectaron fueron los casos del estallido social. Cuando hice el de Jorge y Elsa me golpeó, pero a la semana siguiente estaba cubriendo otra cosa, entonces, emocionalmente volvías a cierta estabilidad. En el caso del estallido social, (…) pensé que con el caso de Gustavo Gatica se había traspasado un límite y no podía haber nuevos casos más terribles, pero no se acababa. (…) No podía desengancharme, estaba todo el día pensando en lo mismo, y ahí sí me golpeó fuerte”.

—¿Considera que estas historias que han sido premiadas tienen aún vigencia?

—Creo que las crónicas permiten una sobrevivencia que los textos de noticias netamente informativas no permiten. El texto diario donde dices que Juanito se reunió con Pedrito, se dijeron tal cosa y con una cuña, en general muere el mismo año. Las crónicas permiten que tú puedas leerlas años después y puedas entender el contexto político en el que se realizaron. Pasa también cuando lees textos más antiguos, y logras ver cuáles eran los prejuicios o la forma en que se veía la sociedad a sí misma. En ese sentido, envejecen mucho mejor y pueden ser consultadas en distintas ocasiones. Por ejemplo, me pasa que cuando vuelvo a leer el texto ““El narco sin cabeza” (The Clinic, 2006) de Pablo Vergara: me da lo mismo cuando ocurrió porque la historia es muy buena y potente. Lo mismo cuando lees “La mansión de Lo Curro de Pinochet”, (Cauce, 1984) de Mónica González que fue hace casi 40 años, pero que vuelve a engancharte con el tema. Las crónicas tienen un material de investigación importante detrás, logran tener vigencia, y ese eco llega hasta hoy.

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Juan Pablo Sallaberry: “Lo que publiques tiene que ser a prueba de balas”

Juan Pablo Sallaberry:

“Lo que publiques tiene que ser a prueba de balas”

En febrero de 2015, un golpe periodístico publicado por Qué Pasa impactó directo en La Moneda y terminó ganando el máximo galardón del PPE Escrito de ese año. El reportaje de Juan Pablo Sallaberry reveló que la entonces nuera de la Presidenta Bachelet, Natalia Compagnon, utilizó su nexo familiar para gestionar directamente con Andrónico Luksic un improbable y millonario crédito del Banco de Chile para llevar a cabo un cuestionado y rentable negocio de especulación inmobiliaria en Machalí.  Fue así que estalló el llamado Caso Caval. ¿Cómo es hacer un periodismo que interpela al poder? En esta entrevista, las reflexiones de su autor, ocho años después.

Por Benjamín Espina

Hasta 2019, fecha en que dejó de trabajar en la Unidad de Investigación del diario La Tercera para dedicarse a las relaciones públicas de una fundación privada, Juan Pablo Salaberry era de esos periodistas que buscaban el golpe y la exclusiva. Lo aprendió primero de Cristián Bofill, director del periódico cuando él llegó a hacer su práctica en el 2000. Y luego, a través del oficio de escribir crónicas e historias más narrativas en la revista Qué Pasa, a partir de 2010.

“El periodismo de investigación requiere cierta competencia, tiempos y habilidades, ya que es dedicarse a un tema y estar chequeando datos. Lo que publiques no puede ser desmentible, tiene que ser a prueba de balas”, dice Salaberry sobre sus años de reporteo marcados por publicaciones de alto impacto.

Una de esas publicaciones fue “Un negocio Caval”, golpe periodístico que publicó en febrero de 2015 y que marcó un punto de inflexión sin retorno para el segundo mandato de la Presidenta Michelle Bachelet. La trama tenía entre sus protagonistas al hijo de la mandataria, Sebastián Dávalos, y su entonces esposa, Natalia Compagnon, así como también a uno de los hombres más ricos de Chile: Andrónico Luksic. Miles de millones de pesos, influencias políticas y un cuestionado negocio de especulación inmobiliaria en Machalí, en la Región de O’Higgins. Fue el origen del Caso Caval.

—Este reportaje implicó un gran proceso de indagación. ¿Cree que el Caso Caval habría tomado el impulso que tomó sin su reportaje?

—Me lo he preguntado bastante. Y creo que el Caso Caval hubiera salido igual con o sin mi reportaje (a la luz pública). Si no lo hubiera hecho yo, lo habría tomado cualquier otro periodista. No sé si hubiera tenido el mismo impacto; en ese tiempo existía una especie de norma: no meterse en la vida de los familiares de los políticos. La gracia es que le dediqué varias semanas para que no pudieran desmentir nada.

—Ese 5 de febrero de 2015, cuando publicó, ¿era consciente de la repercusión que generaría?

—Lo sabíamos, pero no al nivel que tuvo. Trabajé con mi jefe en este caso, José Luis Santa María [actual director de La Tercera], y nos preocupamos de que fuera infalible. Eso ayudó a que creciera más el reportaje. También ayudó la reacción del gobierno: Bachelet estaba de vacaciones y no habló durante 20 días, eso hizo que el caso se inflara. Una versión a primera hora o una explicación hubiera tranquilizado más, en vez de esperar ese tiempo y decir que se enteró por la prensa. En ese momento, ya nadie le creyó.

—¿Cuál fue el punto de partida?

—A nosotros nos llegó una fuente anónima pero que había salido a la luz pública. Un ex funcionario de Caval, Sergio Bustos Baquedano, estaba presentando una demanda laboral. El correo con la fuente llegó primero al director de Qué Pasa y le dije que nos metiéramos. Yo había reporteado a Caval antes, venía siguiendo el tema desde que se creó la empresa. De hecho, hizo bastante ruido cuando conté en un reportaje que Dávalos tenía cuatro automóviles Lexus. Cuando me dieron el permiso de reportear el caso, fui a hablar con Bustos. Para eso, tomé un tren y fui a Chillán. Lo que hicimos con este testimonio fue buscar documentos que lo avalaran. Me paseé por notarías, por los conservadores de bienes raíces, vi la constitución de la empresa, lo que estaba en tribunales respecto a la demanda laboral y contrastamos toda la información. Cuando teníamos el consolidado, lo escribí. Ahí tuvieron que elevar el tema a los abogados y propietarios de la empresa, para ver si lo publicábamos. Al final era un tema de interés público.

“Sabíamos que el reportaje iba a generar mucha repercusión, pero no al nivel que tuvo. (…) nos preocupamos de que fuera infalible. Eso ayudó a que creciera más el reportaje. También ayudó la reacción del gobierno: Michelle Bachelet estaba de vacaciones y no habló durante 20 días, eso hizo que el caso se inflara. Una versión a primera hora o una explicación hubiera tranquilizado más, en vez de esperar ese tiempo y decir que se enteró por la prensa. En ese momento ya nadie le creyó”.

—¿Se refiere a la aprobación del presidente de Copesa, Jorge Andrés Saieh?

—Sí, ellos tenían que darle el visto bueno porque era un caso que pasaba a llevar poderes grandes. Mi jefe me preguntó si yo estaba dispuesto a perder mi trabajo por este reportaje. Yo le dije sí y me dijo que él también. También me preguntó si estaba dispuesto a vivir algún daño personal, porque no sabíamos que podía pasar, y le dije que sí. Obviamente, uno se complicaría si le pasa algo a la familia. Sin embargo, nunca nos pasó nada, salvo interceptaciones telefónicas y que nos interrogaron 10 veces en las investigaciones de la PDI. Estuvimos vigilados un buen tiempo. Recibimos varias amenazas y advertencias de querellas de algún abogado cercano a La Moneda. Me acuerdo de que hubo uno que nos acusó de ser parte de un complot. Pero, a la larga, fue más beneficio que costo. El reportaje me abrió hartas puertas y me dio reconocimiento. No sólo el Premio Periodismo de Excelencia, también viajé a Panamá a exponer el reportaje, me nombraron editor de la revista Qué pasa y luego de La Tercera. Fue un impulso para mi carrera por harto tiempo.

—¿Qué hubiera hecho si no lo dejaban publicarlo?

—En ese caso, yo ya tenía decidido que llevaría el reportaje a The Clinic o a otro medio, y lo hubiera publicado.

“Mi jefe me preguntó si yo estaba dispuesto a perder mi trabajo o vivir algún daño personal por este reportaje. Yo le dije sí, y me dijo que él también. (…) Estuvimos vigilados un buen tiempo. Recibimos varias amenazas y advertencias de querellas de algún abogado cercano a La Moneda. Me acuerdo de que hubo uno que nos acusó de ser parte de un complot. Pero, a la larga, fue más beneficio que costo”.

—¿Bajo qué requisitos fue admitida finalmente la publicación? ¿Sufrió algún tipo de presión?

—En la primera edición, sí. Tuvimos varios requisitos y tuvimos que mordernos la lengua ahí. En la edición en papel, yo no podía nombrar a Andrónico Luksic, no lo tenía permitido. Pero el dato lo puse en un destacado: “Natalia Compagnon se reunió con un alto ejecutivo del Banco de Chile”, esa era la noticia. Luego, en la versión digital, finalmente pude mencionar su nombre. Nosotros teníamos el dato de que Sebastián Dávalos también había participado en la reunión, pero eso Caval me lo negó, dijeron que era una mentira. Luego el mismo banco, un domingo, publicó que Dávalos estuvo involucrado y explotó todo. Mira, si la dificultad, no fue pelearse con la Presidenta de la República, fue pelearse con Andrónico Luksic. (…) Junto a esto, el reportaje no estuvo en la portada de la revista ese día a pesar de su relevancia. Intentamos contactar a Luksic, hicimos la gestión oficial a través de su jefa de prensa, se le dio la posibilidad de responder, y nunca contestó.

—¿Y con Caval también tuvo que negociar?

—Caval sabía que yo iba a publicar el reportaje, les dije hasta la fecha en que lo haría. Ese día hicieron una movida y vendieron los terrenos [en $9.500 millones, un 46% más de lo que les costaron meses antes]. Tenían un comprador interesado, Hugo Silva. Yo en el momento me reuní con ellos, y Natalia y Sebastián ya sabían de todo.

—¿Ellos le pidieron que no publicara?

—No, ellos le bajaron el perfil, diciendo que no era algo importante. Se decía que Natalia veía esto como un buen negocio, que ella quedaba bien y la verían como una emprendedora, únicamente. Ellos nunca entendieron mucho el problema, no lo calibraron y tampoco vieron por qué era algo malo reunirse con Luksic, pedir un préstamo de tal cantidad. Ellos solamente vieron la oportunidad.

“La idea de que ella (Michelle Bachelet) no estaba con los poderosos y de que todos somos iguales, se quebró con la imagen de su hijo saltándose la fila del banco y pidiendo un crédito de 10 millones de dólares, que no tenían por qué dárselo”.

—Se dice que su reportaje impactó en el corazón de La Moneda, ¿piensa que es una expresión acertada?

—En ese momento sí, generó un golpe grande al gobierno. Se escribió mucho sobre eso y fue básicamente porque rompió el discurso de Michelle Bachelet. Esta idea de que ella no estaba con los poderosos y de que todos somos iguales, se quebró con la imagen de su hijo saltándose la fila del banco y pidiendo un crédito de 10 millones de dólares, que no tenían por qué dárselo. El Caso Caval se resume en eso: el hijo de la presidenta recibió tal crédito por ser el hijo de la presidenta.

—El caso generó tanto revuelo que la fiscalía abrió una investigación por cohecho, tráfico de influencias y uso de información privilegiada. ¿Qué opinión tiene del curso de ese proceso judicial?

—Lo que pasa es que aquí, si había delito o no, lo debía determinar la justicia. Para mí había un problema de ética y de leyes que debían ser cambiadas. Se fueron abriendo varios casos, pero todo lo del banco quedó fuera del juicio y hasta el día de hoy quedan aristas que no se han tocado. Para mí, periodísticamente, el interés era otro, que ningún otro empresario fuera tan caradura como para entregar dinero al familiar de un político. Hoy, ya no sigo el caso y tampoco estoy trabajando en medios. Lo leo de repente o tuiteo algo al respecto. No niego que me obsesioné mucho en un momento, pero fue algo que ya pasó.

—Considerando que su trabajo fue bien valorado, ¿por qué optó por retirarse de los medios?

—Es que el problema del periodismo de investigación es que a veces es bien valorado, bien recibido y de repente no. Depende harto de los medios, hay veces en que quieren golpear y otras en que quieren que las aguas estén calmas. En ese sentido, a mí me habría gustado seguir avanzando en eso, pero no había mucha posibilidad de hacerlo y no existía apoyo. También sentía que los medios, frente a la capacidad de levantar temas propios, comenzaron a privilegiar la filtración de expedientes judiciales. Y a mí me interesaba más un trabajo periodístico que abriera causas judiciales y no uno que filtrara. (…) En 2018, yo hice un reportaje que trataba sobre los cargos de agregados comerciales en Chile (que fue finalista en el PPE de ese año). Hice una revisión de cómo estos cargos de consejeros comerciales que trabajan en todas las embajadas, se daban por pituto, sin mérito o como una especie de premio. Ahí uno de los casos era Fernanda Bachelet Coto, hija de un amigo de Piñera. Tenía 27 años, estaba recién titulada de Economía y le dieron la agregaduría comercial en Nueva York. Cuando lo publiqué fue un escándalo en el gobierno, tuve que seguir dando más datos en mi cuenta de Twitter, hasta que la involucrada tuvo que renunciar. Hecho todo esto, el día en que ella renunció, a mí me dijeron en La Tercera que tratara de no publicar más casos de personas, con nombre y apellido, sino casos más generales. Eso para mí fue falta de apoyo a mi trabajo. Yo estaba en la Unidad de Investigación y me tuve que ir a Reportajes. Lo sentí como un retroceso y me tomé un tiempo.

—A ocho años de haber ganado el PPE, ¿cuál es su perspectiva sobre el periodismo de investigación actual?

—Es a lo que todos deberíamos aspirar. Sin embargo, es difícil y sobre todo caro para los medios, por eso se hace muy poco. En momentos de crisis –la cual se arrastra de 2016, cuando el modelo periodístico cambió con el fin del papel y el comienzo de lo digital– lo primero que se recorta es el periodismo de investigación. Se deja de invertir en esta apuesta a largo plazo y prefieren llevar a cabo “click-basura” que generan métricas de lectura a corto plazo, pero ignora el deterioro del periodismo. Hay que dar una batalla para que se haga más, ya que es lo que, a mi juicio, genera más prestigio e influencia en los medios de comunicación. El cambio de papel a digital está bien, es más ecológico. El tema es que no se ha encontrado el modelo de negocios adecuado en Chile y los medios no han aprendido la fórmula para que esto genere rentabilidad. De esta forma, la crisis sigue y se desarrolla. Yo soy de una generación anterior, cuando empecé a hacer periodismo era la última época de oro del papel. Había un kiosco de diario en cada esquina. Y aunque hay experiencias internacionales que sí han encontrado la forma, como The New York Times o El País, que cuentan con cientos de miles de suscripciones a nivel global y añadieron un muro de pago, esto lo han logrado únicamente mediante una decisión completamente opuesta a la que tomaron acá: ellos, en vez de despedir periodistas, contrataron más. Así se mejora la calidad del periodismo, la gente paga porque sabe que tendrá un contenido premium. En cambio, acá cobran por el acceso, te llenan de publicidad y optan por fórmulas como notas pagadas por empresas. Al final uno se informa por redes sociales. Yo me informo por Twitter.