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Paz Montenegro: “Quiero seguir dándoles voz a los que no tienen voz”

Paz Montenegro:

“Quiero seguir dándoles voz a los que no tienen voz”

Junto a los equipos de Contacto, primero, e Informe Especial, después, Paz Montenegro ganó dos veces el PPE  Audiovisual con reportajes que abordan la infancia en Chile. “Mi hija es transgénero” y “Depredadores al acecho, explotación sexual en la puerta de un hogar de niñas”, tienen como protagonistas a menores de edad que la han llevado a tomar decisiones éticas en todo momento. “La opción es abordarlos de una manera horizontal, es decir, desde la altura de ese niño o niña para que podamos mirarlo a los ojos y escuchar lo que tiene que decir”, dice la periodista que hoy trabaja en TVN.

Por Laura Solís y Matías Gallardo

A pesar de que comenzó escribiendo en los diarios La Segunda y El Metropolitano y que después, en 1999, ingresó a Canal 13 como reportera política, la gran pasión de Paz Montenegro (47) no era cubrir las administraciones de Eduardo Frei, Ricardo Lagos y parte del primer gobierno de Michelle Bachelet, como lo hizo durante un buen tiempo, sino poner en colores y fotogramas aquellas historias humanas que requieren de una investigación más profunda para salir a la luz.

En 2010, se integró al equipo de Contacto y se especializó en temas de educación, tendencias, salud e infancia. Paz Montenegro siempre está siguiéndole la pista a la prensa internacional. Dice que es “afuera” donde más encuentra pautas. Así, al menos, llegó a enterarse de distintas historias de niñas y niños transgéneros en Estados Unidos. Fascinada, convenció a su editora de que en Chile también podían levantar casos así.

Tardó dos años en hallar la historia pero lo logró, y junto al equipo de Contacto realizó el reportaje “Mi hija es transgénero”, trabajo con el cual ganaron el PPE Audiovisual en 2015. Este trabajo marcó un punto de inflexión en quien fue conductora y realizadora de los programas “Réplica”, “Hora de Infidentes” y “Anónimos” para luego pasar a formar parte de las filas de TVN.

Recién llegada en 2021 al canal público, su investigación para Informe Especial, “Depredadores al acecho, explotación sexual en la puerta de un hogar de niñas”, también recibió el PPE Audiovisual. “Este último fue un reportaje al que le pusimos mucha garra, mucha investigación y mucho corazón. Lo realizamos en los años difíciles de la pandemia y, por lo mismo, fue muy emocionante recibir ese reconocimiento”, dice Montenegro, quien se proyecta como periodista hasta el final de los tiempos.

—Ambos trabajos ganadores abordan la vulneración de derechos de menores de edad. ¿Cómo es tratar estos temas, especialmente sensibles, tanto en el ámbito personal como profesional?

—Cuando uno hace periodismo de investigación, abordar esta temática se vuelve una opción editorial. Queremos darle voz a los que no tienen voz, y en ese rango caben siempre los niños, niñas y adolescentes (NNA). En mi caso, la infancia vulnerada siempre ha sido un desafío. Y ahí la opción que hemos tomado es abordarla de una manera horizontal, es decir, desde la altura de ese NNA, para que podamos mirarlo a los ojos y escuchar lo que tiene que decir: cuáles son sus dolores, sus sueños, sus metas y también las vulneraciones que le afectan. Nuestro rol como actores de los medios de comunicación es visibilizar a esta parte importante de la población. Son los adultos del mañana. Esto, para mí, siempre ha sido una prioridad.

“Contrarrestar la información es fundamental en el periodismo de investigación, tanto en la parte documental como en la parte testimonial. No basta con que la fuente te diga: ‘mira, a mí me pasó tal cosa…’. Hay que estar siempre súper alerta”.

—¿Qué más procura cuidar cuando se acerca a la infancia?

—Soy mamá de cuatro, así que, por un lado, creo que eso también me permite tener una conversación más cercana con ellos y poder comprender mejor sus problemáticas. Por otro, es llevar una mochila conmigo siempre. Estas son historias que uno se lleva para la casa y que siempre te acompañan, incluso en el tiempo. Yo sigo en contacto con la mayoría de los protagonistas de mis reportajes y de las historias que he contado; eso se va acumulando, y forma también parte del crecimiento periodístico y personal.

—En términos éticos, ¿también es un desafío realizar estos reportajes?

—Gran parte de nuestro trabajo no se ve en pantalla, aún cuando es la más importante. Son procesos que implican harto esfuerzo de todo el equipo, así como también mucho debate, porque es necesario tener un espacio de conversación desde el punto de vista ético. Estamos tratando con menores de edad, entonces ¿los mostramos o es más importante resguardar su identidad? ¿Qué riesgos corren si los exponemos? Hay muchas discusiones de este tipo que llevamos adelante. En el caso de Andy [protagonista del reportaje “Mi hija es transgénero”], por ejemplo, era una niña de cinco años que tenía la autorización de sus papás. Pero lo discutimos muchísimo con el equipo previamente, porque ¿qué iba a pasar si no le veíamos la cara en el reportaje? ¿Podríamos llegar al telespectador y contar su historia, sus emociones y todo lo que le pasaba, si era solamente un borrón en la pantalla? Son opciones que se toman con riesgo y no siempre salen bien, pero tratamos de que la mayoría de las veces sea lo mejor para todos y, en este caso en particular, especialmente para nuestra protagonista.

—¿Considera que estos casos son lo suficientemente vistos por las audiencias o que son, más bien, temas que los medios no tocan?

—No diría que es un tema que nadie más toca, pero sí que está evolucionando o en constante ebullición, y con mucha presencia ahora. Hoy día, cuando hablamos de niños transgénero, tienes todo tipo de notas periodísticas y es emocionante ver que –aún con dificultades- hemos logrado poner sobre la mesa un tema tan relevante. En el caso de Anita Cruchaga y de estas bandas de explotación sexual que protagonizan nuestro segundo reportaje ganador del PPE, lo que hicimos fue tocar una arista que no estaba tan vista. Esto, a pesar de que lo que pasaba dentro del Sename no era nuevo y de que la vulneración de los NNA en hogares de menores es algo que se arrastra hace muchísimos años.

“Quiero mantenerme haciendo lo que más me gusta por el mayor tiempo posible, y eso es el periodismo de investigación. Quiero seguir estando en la calle, quiero seguir estando en contacto con la gente. Quiero seguir contando historias que nos renazcan y que permitan el cambio”.

—¿La investigación periodística tiene costos para la seguridad de la persona que lo ejerce?

—Diría que dentro de los riesgos más “mínimos” está el equivocarte en confiar en una fuente, y darte cuenta al poco o largo andar de que estás siendo utilizada; en eso hay que estar siempre súper alerta. Contrarrestar la información es fundamental en el periodismo de investigación, tanto en la parte documental como en la parte testimonial. No basta con que la fuente te diga “mira, a mí me pasó tal cosa…”. Lo bueno es que hoy hay muchísimas más fuentes para consultar, y eso te permite hacer un trabajo mucho más acucioso, más detallado y específico. Respecto de los peligros, siempre existen cuando tienes que ir a buscar a alguna persona o testimonio que está envuelto en algún hecho delictual. Obviamente corres riesgos pero se tratan de minimizar con el trabajo en equipo: se planifica bien y vamos generalmente acompañados de las fuerzas de orden público, ya sea por Carabineros o la PDI.

—Desde ese punto de vista, y en comparación con el periodismo escrito, trabajar en la televisión es un lujo.

—No, para nada. Claramente son caminos distintos, pero que en definitiva se complementan. Nosotros, los medios audiovisuales, a veces estamos lejos de poder lograr la profundidad que tiene un reportaje publicado en un sitio de internet como Ciper. En los noticiarios, los reportajes o crónicas que hacemos duran entre 15 y 18 minutos, y para Informe Especial duran poco menos de una hora. En ese rango no logras abarcar problemáticas completas, o al menos no desde todas sus aristas. Todos los medios, incluyendo también las alternativas que hay ahora en las redes sociales, se van complementando para poder tener una sociedad informada, que finalmente es el objetivo final: que tengas la información necesaria para tomar tus decisiones con libertad en torno a qué es lo que quieres hacer y cómo lo quieres hacer.

—¿Cómo evalúa el tratamiento que le está dando la nueva generación de periodistas al género investigativo?

—Creo que hoy la llevan en materia de periodismo de datos, porque tienen toda esa facilidad de las nuevas tecnologías, además que les sale muy natural, son nativos digitales. Ahora, si me preguntas cuál es la debilidad que veo en las nuevas generaciones, es la falta de calle, es pensar de que todo se puede resolver desde el escritorio. Eso no es así. No basta con que te lo digan todo por teléfono o por videollamada, hay cosas que sólo se resuelven conversando con la gente presencialmente, aunque implique mayor tiempo y esfuerzo. Es parte de lo que se echa de menos en las nuevas generaciones.

—Dando el paso al premio, ¿qué significa para usted haber ganado el PPE dos veces?

—Es un orgullo. El PPE es quizás la plataforma más importante donde se visibilizan los trabajos periodísticos a nivel nacional, y es donde nos reencontramos año a año para saber qué se está haciendo, cómo se está haciendo, cuáles son las mejores prácticas periodísticas, dónde están los mejores golpes. Y yo te diría que esa vitrina nos hace bien a todos, nos permite reconocernos en nuestros talentos, y desafiarnos también para hacer un mejor periodismo.

“Todos los medios, incluyendo también las alternativas que hay ahora en las redes sociales, se van complementando para poder tener una sociedad informada, que finalmente es el objetivo final: que tengas la información necesaria para tomar tus decisiones con libertad en torno a qué es lo que quieres hacer y cómo lo quieres hacer”.

—Marcando un punto más introspectivo , ¿qué es lo que ha aprendido con estos reportajes? ¿Alguno la ha marcado de manera especial?

—Es una pregunta difícil, pero te diría que “Mi hija es transgénero” me marcó profundamente en lo profesional y en lo personal. La posibilidad de entrar en un mundo desconocido para mí en ese minuto, entenderlo y validar lo que está sintiendo esta niña en un país donde eso no pasa o donde no creíamos que fuera así, lo hace muy especial para mí. No tiene que ver solo con la emocionalidad, tiene que ver con ese poder descubrir y entender. Yo creo que ahí fuimos muy pioneros de lo que venía, y eso fue una apuesta del equipo y del canal.

—¿Cuáles son sus proyectos y metas como periodista actualmente?

—Quiero mantenerme haciendo lo que más me gusta por el mayor tiempo posible, y eso es el periodismo de investigación. Quiero seguir estando en la calle, quiero seguir estando en contacto con la gente. Quiero seguir contando historias que nos renazcan y que permitan el cambio, dándoles voz a los que no tienen voz. Esa es y sigue siendo mi meta y es un orgullo poder hacerlo desde la televisión pública hoy.

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Ivonne Toro: “Vale la pena contar historias de vulneración porque le pones rostro a algo que afecta a muchas personas”

Ivonne Toro:

“Vale la pena contar historias de vulneración porque le pones rostro a algo que afecta a muchas personas”

La suya es una de las mejores plumas del país. Partió en la radio Chilena pero luego publicó en medios escritos como La Nación Domingo, La Tercera, The Clinic, Ciper y El Mostrador. Siempre versátil, Ivonne Toro es de las periodistas que puede cubrir política o corrupción con la rigurosidad del reporteo duro, pero al mismo tiempo reconstruir historias humanas con precisión narrativa, como si fueran películas. Aquí habla de la vigencia de tres trabajos con los que ganó en 2014, 2018 y 2019 distintas categorías del PPE Escrito: “No es país para viejos: El pacto suicida de Jorge y Elsa”, “El sueño inconcluso de Machuca” y “El estallido vital de Geraldine”.

Por Camilo Roa

Fue en 2010, mientras trabajaba como periodista en La Tercera, cuando descubrió el poder de la crónica. Por primera vez Ivonne Toro, que hasta entonces cubría mayoritariamente política, se metía en una historia distinta, de largo aliento. “Nunca había hecho una crónica y fue como: ‘guau’, me gusta. Era sobre los 33 mineros que quedaron atrapados en la mina San José. Cuando todavía no se sabía si estaban vivos o muertos, me tocó contar sobre el nerviosismo que estaba instalado en La Moneda y lo que estaba pasando paralelamente allá con los familiares. Fue uno de los trabajos que más me gustado hacer”, dice.

No trabajó sola. Junto a Carlos Vergara, que es un reportero que estaba en el lugar de los hechos (el yacimiento donde ocurrió el derrumbe quedaba a 30 kilómetros al noroeste de la ciudad de Copiapó), sumaron fuerzas para reportear y escribir. La historia se llamó ““Un país en shock: los capítulos de la segunda tragedia del Bicentenario” y fue finalista en el PPE ese año. “Era una historia muy bien contada porque contenía poder, crónica y terreno. Me gustó esa mezcla entre una historia humana y lo que es la política global”, agrega.

Ese gusto de Ivonne Toro por las historias reales sólo se profundizó con el tiempo. En los años siguientes llegó a ganar diversas categorías del PPE Escrito, con los textos “El sueño inconcluso de Machuca” (The Clinic, 2014), “No es país para viejos: el pacto suicida de Jorge y Elsa” (La Tercera, 2018) y “El estallido vital de Geraldine” (La Tercera, 2019). A ellos se suman otros seis trabajos con los que la periodista ha sido finalista en el PPE.

A pesar de que hoy no es posible leerla en medios porque ejerce el periodismo corporativo en una empresa, cuenta que está investigando para un libro que debería salir este año, y que además hace clases en la UDP. Para Ivonne Toro, “las crónicas tienen un material de investigación importante detrás, logran tener vigencia y ese eco llega hasta hoy”.

—Mirando en perspectiva su carrera, ¿qué historias son las que la movilizan?

—En los temas que en general me gustan existe vulneración de derechos y desprotección por parte del Estado y/o de los privados. Cuando un privado vulnera un derecho, el Estado debe estar ahí para ponerle freno, es tu garante. Y si no lo hace y hay gente que no tiene nada más que el Estado para sostenerse, estamos ante una situación de indefensión absoluta. Creo que vale la pena contar esas historias de vulneración porque le pones rostro a algo que afecta a muchas personas. De esa manera, logras mostrar y humanizar una problemática, al mismo tiempo que generas que alguien pueda leerlo y diga: “esto también me puede pasar a mí”.

—La vulneración de derechos pero sobre todo el abandono, es el denominador común de otros tres trabajos reconocidos con el PPE. Los reportajes “No es país para viejos: el pacto suicida de Jorge y Elsa” y “El sueño inconcluso de Machuca”, de cierta forma, dialogan entre sí.

—Claro, el de Machuca fue súper impactante porque era un chico que debía estar en la universidad ejerciendo su derecho a la educación pero que termina muerto. Como ese derecho fue interrumpido por temas administrativos de la universidad que determinaron que no hubiese clases, estos chicos idearon una manera de seguir educándose de forma autónoma en una casona (abandonada). Además, él encarnaba el sueño de ingresar a la universidad de una familia muy vulnerable. Era de la población San Gregorio, su papá era obrero y la mamá costurera. Yo los fui a entrevistar con mi hija pequeña, había pasado muy poco tiempo de su muerte, y aunque estaban recién en el periodo de duelo, querían contar esta historia que alguien de la ARCIS me sopló. Me dijeron que murió un estudiante, y era grave porque no estaba en clases, no porque estuviera faltando o porque no quisiera ir, sino porque no podían darle clases. Contar esa historia permitía reflejar la crisis de educación y ponía sobre la mesa el siguiente reclamo: ¿cómo regulas que las instituciones que prometen que te van a entregar educación realmente lo hagan? Y ¿qué puede pasar con alguien que no estaba recibiendo la educación que le prometieron y busca otra alternativa que termina en fatalidad? La universidad no cumplió con lo que ofrecía y hubo un accidente. Tú puedes decir, no es culpa de la universidad, pero ese accidente ocurre en un horario de clases y el chico debería haber estado en el aula.

—¿Y qué recuerda del reporteo que realizó para “No es país para viejos”, la crónica donde narra las razones que llevaron a dos personas mayores a suicidarse?

—Para contar la historia de Jorge y Elsa tuve que correr para tratar de abordar todas las aristas. Quería mostrar que no se trataba de un suicidio, que se trataba de algo más profundo que tenía que ver con el abandono a la tercera edad, con pensiones que no alcanzaban y con la soledad. El enfermero que los trataba me recalcaba que no estaban en la miseria, pero sí abandonados porque no hay redes de apoyo para las personas mayores. La falta de una política pública vinculada con la vejez  que se haga cargo de todos los problemas globales que conlleva, como lo es la salud mental, es un elemento muy importante.

“A través de la historia de Geraldine logras entender por qué protestaba. Ella concentraba una serie de injusticias del sistema en su propia vida. Era una menor de edad en una situación de vulnerabilidad absoluta a la que el Estado le falló previamente en la protección de sus derechos, y que posteriormente vuelve a vulnerar en la protesta, cuando la fuerza del Estado hace que una lacrimógena le hunda la cabeza y la deje en coma y al borde de la muerte. Es una situación muy dramática que había que contarla”, dice sobre su reportaje “El estallido vital de Geraldine”, publicado en Ciper.

 

—Logró acercarse al padre de Geraldine, la chica que recibió una bomba lacrimógena en su cabeza durante las protestas del estallido social, en un momento en que él textualmente dice que está siendo “acosado por abogados y periodistas”. ¿Cómo lo convenció de que hablara?

—Fui otra “acosadora”, pero una acosadora “más saludable”. Me pasa que el periodismo tiende a ser invasivo, ahora mismo estoy tratando de ubicar a alguien para una entrevista y le he estado mandando mensajes a Instagram a la amiga. Es parte de la profesión, aunque también tiendes a tener límites y hay ciertos códigos que sabes que no puedes traspasar: le tocas la puerta, pero hasta ahí llegas. En este caso, lo que hice con el padre de Geraldine, fue mandarle múltiples mensajes con harta gente, pedirle primero que me conociera, y después preguntarle si quería que habláramos. Finalmente accedió, pero también es un trabajo de convencimiento, decirle cuál es mi trabajo, por qué lo hago, cómo lo hago y qué quiero contar. En ese caso en particular, lo que hay es una vulneración de derechos de una menor de edad por parte de las fuerzas públicas del Estado que tiene consecuencias gravísimas, y en un momento en que las policías estaban desatadas. Geraldine aún está en tratamiento. Lo primero que se vulneró con ella es el derecho a la protesta, porque tú tienes derecho a salir a la calle y sabes que hay riesgos: que te pueden detener, que te puede llegar agua del guanaco, o incluso algo en una pierna. Pero que te disparen una lacrimógena a la altura de la cabeza con el riesgo que eso implica, y que quedes en el estado en que quedó Geraldine, como también le pasó a Fabiola Campillai, es un descriterio absoluto. No es legítimo uso de la fuerza, no es racional ni proporcional, y ahí también había que ver por qué teníamos ese nivel de violencia hacia los manifestantes. A través de la historia de Geraldine logras entender por qué protestaba a sus 15 años. Ella tenía una historia que concentraba una serie de injusticias del sistema en su propia vida. Era una menor de edad en una situación de vulnerabilidad absoluta a la que el Estado le falló previamente en la protección de sus derechos, y que posteriormente vuelve a vulnerar en la protesta, cuando la fuerza del Estado hace que una lacrimógena le hunda la cabeza y la deje en coma y al borde de la muerte. Es una situación muy dramática que había que contarla.

—¿Cómo ha avanzado judicialmente ese caso?

—A diferencia de lo que pasó con Fabiola Campillai, donde se identificó a quién lo hizo, y había grabaciones de audios, la Brigada de DD.HH. de la PDI intentó levantar toda la información posible, pero tengo entendido que no ha avanzado más allá, porque en muchos casos de derechos humanos no hay forma de probar la responsabilidad concreta. Aún así, los organismos internacionales que supieron de estas circunstancias ejercieron un mayor control respecto de lo que se hacía, y hay una reacción política: ven que algo se está haciendo mal y que hay que moderarse en el uso de la fuerza.

—¿Cómo está Geraldine hoy?

—En rehabilitación. He hablado con su papá, se le va a entregar una pensión, etcétera. Pero el trauma que sufre alguien de su edad es irreparable. No creo que sea suficiente, ella es muy chiquitita.

—Sus reporteos tienen una carga emocional muy potente, ¿cómo lo hace para sobrellevarla?

—Yo creo que los que más me afectaron fueron los casos del estallido social. Cuando hice el de Jorge y Elsa me golpeó, pero a la semana siguiente estaba cubriendo otra cosa, entonces emocionalmente volvías a cierta estabilidad. En el caso del estallido social era algo interminable. Me acuerdo de que en La Tercera sacamos la primera entrevista que dio el hermano de Gustavo Gatica, que fue en la Posta Central, en la Unidad de Trauma Ocular. Pensé que con su caso se había traspasado un límite y que no podía haber nuevos casos más terribles, pero no se acababa. Después, en CIPER, “Fabiola Campillai nos dio la primera entrevista donde habla (del ataque de Carabineros que la priva de varios de sus sentidos); luego pasó lo de Geraldine, y posteriormente vino lo del obrero (“Héctor Gana quedó con hundimiento craneal, pérdida parcial de visión y un mes en coma producto del disparo de una lacrimógena), entonces no podía desengancharme, estaba todo el día pensando en lo mismo, y ahí sí me golpeó fuerte.

“Yo creo que los reporteos que más me afectaron fueron los casos del estallido social. Cuando hice el de Jorge y Elsa me golpeó, pero a la semana siguiente estaba cubriendo otra cosa, entonces, emocionalmente volvías a cierta estabilidad. En el caso del estallido social, (…) pensé que con el caso de Gustavo Gatica se había traspasado un límite y no podía haber nuevos casos más terribles, pero no se acababa. (…) No podía desengancharme, estaba todo el día pensando en lo mismo, y ahí sí me golpeó fuerte”.

—¿Considera que estas historias que han sido premiadas tienen aún vigencia?

—Creo que las crónicas permiten una sobrevivencia que los textos de noticias netamente informativas no permiten. El texto diario donde dices que Juanito se reunió con Pedrito, se dijeron tal cosa y con una cuña, en general muere el mismo año. Las crónicas permiten que tú puedas leerlas años después y puedas entender el contexto político en el que se realizaron. Pasa también cuando lees textos más antiguos, y logras ver cuáles eran los prejuicios o la forma en que se veía la sociedad a sí misma. En ese sentido, envejecen mucho mejor y pueden ser consultadas en distintas ocasiones. Por ejemplo, me pasa que cuando vuelvo a leer el texto ““El narco sin cabeza” (The Clinic, 2006) de Pablo Vergara: me da lo mismo cuando ocurrió porque la historia es muy buena y potente. Lo mismo cuando lees “La mansión de Lo Curro de Pinochet”, (Cauce, 1984) de Mónica González que fue hace casi 40 años, pero que vuelve a engancharte con el tema. Las crónicas tienen un material de investigación importante detrás, logran tener vigencia, y ese eco llega hasta hoy.