—En sus reportajes se percibe un Chile que en la década del 2010 estaba lejos del foco; historias de abuso, como en “Erika sobreviviendo a Olivera”; o violencia en la infancia en “El retiro de un joven pistolero” ¿Qué reflexión podría mencionar sobre esos reportajes? Considerando los años que han transcurrido.
No sé si es una reflexión, porque más bien es una obviedad; son problemas de larga data en Chile. Y en el caso de la infancia, había gente, periodistas, trabajándolos mucho antes del estallido.
—Esas historias irrumpieron en un contexto en que existía la percepción de “estabilidad” en el país, algo que cambió en gran parte con el estallido social, cuando se instaló la percepción de que todo lo que funcionaba mal en el país era muy evidente.
—Es lo que te decía. Es bueno el eslogan de que “Chile despertó”, porque implica cierta culpa por estar “durmiendo”. Yo no siento esa culpa. No voy a hacer una defensa corporativa, porque no me siento parte de ningún colectivo, pero al menos a mí -y a otros periodistas que admiro- ninguno de los temas levantados en el estallido eran una sorpresa. Eran fenómenos de larga data, muy complejos, que no se pueden encuadrar en slogans, y que veníamos reporteando hace tiempo. No creo que a Mónica González o a la Andrea Insunza, por mencionar a las mejores, les sorprendieran los temas que se levantaron en el estallido. No creo que hayan estado “dormidas”.
—¿Por qué cree que cambió tan bruscamente ese prisma con el que veíamos al país?
—Es para largo. Supera mis capacidades y conocimientos.
—En una entrevista mencionó que los delitos violentos se ven hace años, pero poco y nada sabemos de lo que sienten o viven los adolescentes que los cometen. Y hoy, la mayoría coincide en que estamos en una crisis de seguridad, sin lograr desprender los factores que inciden en ella. ¿No se tiene el interés por conocer esa parte de la problemática?
—Creo que la violencia y el crimen organizado está mal reporteado, por diversos factores. Uno lee El Faro y se da cuenta de que estamos a años luz. Estamos, además, tironeados por los dos polos al respecto: por un lado, el deseo de la gente de mano dura y que todo el mundo se vaya preso; y por el otro, una mirada condescendiente que se centra en los factores sistémicos del problema, ridiculiza el miedo genuino de la gente y tiende a ver a los que cometen los delitos como “gente a la que le fallamos como sociedad”. Obviamente, ambas miradas tienen razón y están equivocadas a la vez. Para reportearlo bien hay que hacer lo que deberíamos hacer siempre; dejar de estar tan seguros de todo lo que pensamos y conversar, preguntar, entender.
—Pero este tipo de trabajos como “El retiro de un joven pistolero” tienen cada vez menos espacio en los medios. ¿Cree que hay una falta de interés en contar o leer ese tipo de historias?
—No creo que haya falta de interés. En periodismo escrito las redacciones están funcionando al mínimo, con menos que el mínimo muchas veces, y es poco lo que se les puede exigir. Y en la mirada más global, en televisión siguen teniendo espacio, pero, según como vaya variando la temperatura ambiente, están siempre oscilando entre el polo alarmista y el polo condescendiente. Obviamente hay excepciones. Hace poco leí un trabajo de Ciper sobre el Portal Fernández Concha que se parecía más a lo que hace El Faro.
—En el caso de los reportajes “La Cruz de un Hijitus” y “El Justiciero Imaginario” se evidencia la poca rigurosidad de la prensa para tratar casos con el estándar necesario. ¿Era su intención cuestionar esa manera de cubrirlos?
—Lo primero, no: no era criticar colegas en específico. Era entender un poco más cómo trabajamos como sistema global, los riesgos que se corren cuando no tenemos un método específico de trabajo. Es, en gran parte, lo que separa a los periodistas -o debería separarnos- del resto de la gente que opina y comunica: que tenemos un método. Si te lo saltas, si no te importa, si no tienes, eres un twittero cualquiera.
—Trabajó junto a Andrew Chernin en “Las acusaciones contra Herval Abreu” y “Los pecados de Nicolás López, el director Sin Filtro” ¿Cómo fue desarrollar estos reportajes cuando aún el Poder Judicial no investigaba estos casos?
—Siempre reportear temas no judicializados es un riesgo y una responsabilidad extra, porque recae en ti ponderar todo el material que vas recogiendo. Se puede hacer, pero requiere el doble de cuidado. En esos casos, se judicializó post publicación, lo que habla bien del trabajo que hicimos. Lo segundo: fue un trabajo muy largo y desgastante el que hicimos con Andrew. A mí me llegó el dato inicial, armé el equipo para trabajarlo y lo edité y escribí, pero Andrew se llevó gran parte de la carga del trabajo en terreno; aunque yo hice entrevistas, hay gran mérito en el rastreo de él, fue un gran trabajo de reporteo. Funcionamos muy bien, con reuniones a diario como por cinco meses en total. Es como yo entiendo el trabajo de periodista/editor, lejos de la dinámica de: te encargo el texto / lo reviso cuando llegue.
—Recientemente se confirmó que López no cumpliría la pena que se le impuso en la cárcel. ¿Qué sensación le deja esto?
—Da lo mismo la sensación que nos deje a nosotros. Lamento la sensación de impunidad que quedó entre las víctimas y las denunciantes, pero los delitos se acreditaron, eso es lo importante. Trato de evitar la comodidad de basurear al sistema de justicia cuando no estoy de acuerdo con sus resultados y ensalzarlos cuando fallan según lo que yo pienso.