Premio Periodismo de Excelencia

Juan Pablo Sallaberry:

“Lo que publiques tiene que ser a prueba de balas”

En febrero de 2015, un golpe periodístico publicado por Qué Pasa impactó directo en La Moneda y terminó ganando el máximo galardón del PPE Escrito de ese año. El reportaje de Juan Pablo Sallaberry reveló que la entonces nuera de la Presidenta Bachelet, Natalia Compagnon, utilizó su nexo familiar para gestionar directamente con Andrónico Luksic un improbable y millonario crédito del Banco de Chile para llevar a cabo un cuestionado y rentable negocio de especulación inmobiliaria en Machalí.  Fue así que estalló el llamado Caso Caval. ¿Cómo es hacer un periodismo que interpela al poder? En esta entrevista, las reflexiones de su autor, ocho años después.

Por Benjamín Espina

Hasta 2019, fecha en que dejó de trabajar en la Unidad de Investigación del diario La Tercera para dedicarse a las relaciones públicas de una fundación privada, Juan Pablo Salaberry era de esos periodistas que buscaban el golpe y la exclusiva. Lo aprendió primero de Cristián Bofill, director del periódico cuando él llegó a hacer su práctica en el 2000. Y luego, a través del oficio de escribir crónicas e historias más narrativas en la revista Qué Pasa, a partir de 2010.

“El periodismo de investigación requiere cierta competencia, tiempos y habilidades, ya que es dedicarse a un tema y estar chequeando datos. Lo que publiques no puede ser desmentible, tiene que ser a prueba de balas”, dice Salaberry sobre sus años de reporteo marcados por publicaciones de alto impacto.

Una de esas publicaciones fue “Un negocio Caval”, golpe periodístico que publicó en febrero de 2015 y que marcó un punto de inflexión sin retorno para el segundo mandato de la Presidenta Michelle Bachelet. La trama tenía entre sus protagonistas al hijo de la mandataria, Sebastián Dávalos, y su entonces esposa, Natalia Compagnon, así como también a uno de los hombres más ricos de Chile: Andrónico Luksic. Miles de millones de pesos, influencias políticas y un cuestionado negocio de especulación inmobiliaria en Machalí, en la Región de O’Higgins. Fue el origen del Caso Caval.

—Este reportaje implicó un gran proceso de indagación. ¿Cree que el Caso Caval habría tomado el impulso que tomó sin su reportaje?

—Me lo he preguntado bastante. Y creo que el Caso Caval hubiera salido igual con o sin mi reportaje (a la luz pública). Si no lo hubiera hecho yo, lo habría tomado cualquier otro periodista. No sé si hubiera tenido el mismo impacto; en ese tiempo existía una especie de norma: no meterse en la vida de los familiares de los políticos. La gracia es que le dediqué varias semanas para que no pudieran desmentir nada.

—Ese 5 de febrero de 2015, cuando publicó, ¿era consciente de la repercusión que generaría?

—Lo sabíamos, pero no al nivel que tuvo. Trabajé con mi jefe en este caso, José Luis Santa María [actual director de La Tercera], y nos preocupamos de que fuera infalible. Eso ayudó a que creciera más el reportaje. También ayudó la reacción del gobierno: Bachelet estaba de vacaciones y no habló durante 20 días, eso hizo que el caso se inflara. Una versión a primera hora o una explicación hubiera tranquilizado más, en vez de esperar ese tiempo y decir que se enteró por la prensa. En ese momento, ya nadie le creyó.

—¿Cuál fue el punto de partida?

—A nosotros nos llegó una fuente anónima pero que había salido a la luz pública. Un ex funcionario de Caval, Sergio Bustos Baquedano, estaba presentando una demanda laboral. El correo con la fuente llegó primero al director de Qué Pasa y le dije que nos metiéramos. Yo había reporteado a Caval antes, venía siguiendo el tema desde que se creó la empresa. De hecho, hizo bastante ruido cuando conté en un reportaje que Dávalos tenía cuatro automóviles Lexus. Cuando me dieron el permiso de reportear el caso, fui a hablar con Bustos. Para eso, tomé un tren y fui a Chillán. Lo que hicimos con este testimonio fue buscar documentos que lo avalaran. Me paseé por notarías, por los conservadores de bienes raíces, vi la constitución de la empresa, lo que estaba en tribunales respecto a la demanda laboral y contrastamos toda la información. Cuando teníamos el consolidado, lo escribí. Ahí tuvieron que elevar el tema a los abogados y propietarios de la empresa, para ver si lo publicábamos. Al final era un tema de interés público.

“Sabíamos que el reportaje iba a generar mucha repercusión, pero no al nivel que tuvo. (…) nos preocupamos de que fuera infalible. Eso ayudó a que creciera más el reportaje. También ayudó la reacción del gobierno: Michelle Bachelet estaba de vacaciones y no habló durante 20 días, eso hizo que el caso se inflara. Una versión a primera hora o una explicación hubiera tranquilizado más, en vez de esperar ese tiempo y decir que se enteró por la prensa. En ese momento ya nadie le creyó”.

—¿Se refiere a la aprobación del presidente de Copesa, Jorge Andrés Saieh?

—Sí, ellos tenían que darle el visto bueno porque era un caso que pasaba a llevar poderes grandes. Mi jefe me preguntó si yo estaba dispuesto a perder mi trabajo por este reportaje. Yo le dije sí y me dijo que él también. También me preguntó si estaba dispuesto a vivir algún daño personal, porque no sabíamos que podía pasar, y le dije que sí. Obviamente, uno se complicaría si le pasa algo a la familia. Sin embargo, nunca nos pasó nada, salvo interceptaciones telefónicas y que nos interrogaron 10 veces en las investigaciones de la PDI. Estuvimos vigilados un buen tiempo. Recibimos varias amenazas y advertencias de querellas de algún abogado cercano a La Moneda. Me acuerdo de que hubo uno que nos acusó de ser parte de un complot. Pero, a la larga, fue más beneficio que costo. El reportaje me abrió hartas puertas y me dio reconocimiento. No sólo el Premio Periodismo de Excelencia, también viajé a Panamá a exponer el reportaje, me nombraron editor de la revista Qué pasa y luego de La Tercera. Fue un impulso para mi carrera por harto tiempo.

—¿Qué hubiera hecho si no lo dejaban publicarlo?

—En ese caso, yo ya tenía decidido que llevaría el reportaje a The Clinic o a otro medio, y lo hubiera publicado.

“Mi jefe me preguntó si yo estaba dispuesto a perder mi trabajo o vivir algún daño personal por este reportaje. Yo le dije sí, y me dijo que él también. (…) Estuvimos vigilados un buen tiempo. Recibimos varias amenazas y advertencias de querellas de algún abogado cercano a La Moneda. Me acuerdo de que hubo uno que nos acusó de ser parte de un complot. Pero, a la larga, fue más beneficio que costo”.

—¿Bajo qué requisitos fue admitida finalmente la publicación? ¿Sufrió algún tipo de presión?

—En la primera edición, sí. Tuvimos varios requisitos y tuvimos que mordernos la lengua ahí. En la edición en papel, yo no podía nombrar a Andrónico Luksic, no lo tenía permitido. Pero el dato lo puse en un destacado: “Natalia Compagnon se reunió con un alto ejecutivo del Banco de Chile”, esa era la noticia. Luego, en la versión digital, finalmente pude mencionar su nombre. Nosotros teníamos el dato de que Sebastián Dávalos también había participado en la reunión, pero eso Caval me lo negó, dijeron que era una mentira. Luego el mismo banco, un domingo, publicó que Dávalos estuvo involucrado y explotó todo. Mira, si la dificultad, no fue pelearse con la Presidenta de la República, fue pelearse con Andrónico Luksic. (…) Junto a esto, el reportaje no estuvo en la portada de la revista ese día a pesar de su relevancia. Intentamos contactar a Luksic, hicimos la gestión oficial a través de su jefa de prensa, se le dio la posibilidad de responder, y nunca contestó.

—¿Y con Caval también tuvo que negociar?

—Caval sabía que yo iba a publicar el reportaje, les dije hasta la fecha en que lo haría. Ese día hicieron una movida y vendieron los terrenos [en $9.500 millones, un 46% más de lo que les costaron meses antes]. Tenían un comprador interesado, Hugo Silva. Yo en el momento me reuní con ellos, y Natalia y Sebastián ya sabían de todo.

—¿Ellos le pidieron que no publicara?

—No, ellos le bajaron el perfil, diciendo que no era algo importante. Se decía que Natalia veía esto como un buen negocio, que ella quedaba bien y la verían como una emprendedora, únicamente. Ellos nunca entendieron mucho el problema, no lo calibraron y tampoco vieron por qué era algo malo reunirse con Luksic, pedir un préstamo de tal cantidad. Ellos solamente vieron la oportunidad.

“La idea de que ella (Michelle Bachelet) no estaba con los poderosos y de que todos somos iguales, se quebró con la imagen de su hijo saltándose la fila del banco y pidiendo un crédito de 10 millones de dólares, que no tenían por qué dárselo”.

—Se dice que su reportaje impactó en el corazón de La Moneda, ¿piensa que es una expresión acertada?

—En ese momento sí, generó un golpe grande al gobierno. Se escribió mucho sobre eso y fue básicamente porque rompió el discurso de Michelle Bachelet. Esta idea de que ella no estaba con los poderosos y de que todos somos iguales, se quebró con la imagen de su hijo saltándose la fila del banco y pidiendo un crédito de 10 millones de dólares, que no tenían por qué dárselo. El Caso Caval se resume en eso: el hijo de la presidenta recibió tal crédito por ser el hijo de la presidenta.

—El caso generó tanto revuelo que la fiscalía abrió una investigación por cohecho, tráfico de influencias y uso de información privilegiada. ¿Qué opinión tiene del curso de ese proceso judicial?

—Lo que pasa es que aquí, si había delito o no, lo debía determinar la justicia. Para mí había un problema de ética y de leyes que debían ser cambiadas. Se fueron abriendo varios casos, pero todo lo del banco quedó fuera del juicio y hasta el día de hoy quedan aristas que no se han tocado. Para mí, periodísticamente, el interés era otro, que ningún otro empresario fuera tan caradura como para entregar dinero al familiar de un político. Hoy, ya no sigo el caso y tampoco estoy trabajando en medios. Lo leo de repente o tuiteo algo al respecto. No niego que me obsesioné mucho en un momento, pero fue algo que ya pasó.

—Considerando que su trabajo fue bien valorado, ¿por qué optó por retirarse de los medios?

—Es que el problema del periodismo de investigación es que a veces es bien valorado, bien recibido y de repente no. Depende harto de los medios, hay veces en que quieren golpear y otras en que quieren que las aguas estén calmas. En ese sentido, a mí me habría gustado seguir avanzando en eso, pero no había mucha posibilidad de hacerlo y no existía apoyo. También sentía que los medios, frente a la capacidad de levantar temas propios, comenzaron a privilegiar la filtración de expedientes judiciales. Y a mí me interesaba más un trabajo periodístico que abriera causas judiciales y no uno que filtrara. (…) En 2018, yo hice un reportaje que trataba sobre los cargos de agregados comerciales en Chile (que fue finalista en el PPE de ese año). Hice una revisión de cómo estos cargos de consejeros comerciales que trabajan en todas las embajadas, se daban por pituto, sin mérito o como una especie de premio. Ahí uno de los casos era Fernanda Bachelet Coto, hija de un amigo de Piñera. Tenía 27 años, estaba recién titulada de Economía y le dieron la agregaduría comercial en Nueva York. Cuando lo publiqué fue un escándalo en el gobierno, tuve que seguir dando más datos en mi cuenta de Twitter, hasta que la involucrada tuvo que renunciar. Hecho todo esto, el día en que ella renunció, a mí me dijeron en La Tercera que tratara de no publicar más casos de personas, con nombre y apellido, sino casos más generales. Eso para mí fue falta de apoyo a mi trabajo. Yo estaba en la Unidad de Investigación y me tuve que ir a Reportajes. Lo sentí como un retroceso y me tomé un tiempo.

—A ocho años de haber ganado el PPE, ¿cuál es su perspectiva sobre el periodismo de investigación actual?

—Es a lo que todos deberíamos aspirar. Sin embargo, es difícil y sobre todo caro para los medios, por eso se hace muy poco. En momentos de crisis –la cual se arrastra de 2016, cuando el modelo periodístico cambió con el fin del papel y el comienzo de lo digital– lo primero que se recorta es el periodismo de investigación. Se deja de invertir en esta apuesta a largo plazo y prefieren llevar a cabo “click-basura” que generan métricas de lectura a corto plazo, pero ignora el deterioro del periodismo. Hay que dar una batalla para que se haga más, ya que es lo que, a mi juicio, genera más prestigio e influencia en los medios de comunicación. El cambio de papel a digital está bien, es más ecológico. El tema es que no se ha encontrado el modelo de negocios adecuado en Chile y los medios no han aprendido la fórmula para que esto genere rentabilidad. De esta forma, la crisis sigue y se desarrolla. Yo soy de una generación anterior, cuando empecé a hacer periodismo era la última época de oro del papel. Había un kiosco de diario en cada esquina. Y aunque hay experiencias internacionales que sí han encontrado la forma, como The New York Times o El País, que cuentan con cientos de miles de suscripciones a nivel global y añadieron un muro de pago, esto lo han logrado únicamente mediante una decisión completamente opuesta a la que tomaron acá: ellos, en vez de despedir periodistas, contrataron más. Así se mejora la calidad del periodismo, la gente paga porque sabe que tendrá un contenido premium. En cambio, acá cobran por el acceso, te llenan de publicidad y optan por fórmulas como notas pagadas por empresas. Al final uno se informa por redes sociales. Yo me informo por Twitter.

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