Premio Periodismo de Excelencia

Francisco Aravena:

“La pega de uno es contar las cosas como son y no como conviene que sean”

En 2005, la peculiar historia de una niña que todos los días tenía que trasladarse en una pequeña balsa de plumavit para poder estudiar en Puerto Gala, marcó dramáticamente la pauta noticiosa. Era una navegación tortuosa, y como no había una pasarela que uniera la caleta con su escuela, para colmo, la chica debía caminar por una ruta rocosa y resbaladiza, aguantando temperaturas de hasta 10 grados bajo cero. Aravena, conmovido, fue hasta allá para entrevistarla, pero apenas llegó descubrió que todo era un invento. Aquí cuenta cómo fue desmantelar esa fake news

Por Robert Gaune Orellana

Cuando Francisco Aravena (47) estaba en octavo básico tuvo que hacer una revista en la escuela, y entonces se dio cuenta de que investigar sería lo suyo. Varios años después, en 2005, cuando ya tenía encima algunos años en el rubro, un máster en Periodismo cursado en Nueva York y un trabajo en la revista Sábado de El Mercurio, descubrió un nuevo giro para esa historia que ya tantos otros medios habían contado: la de la sacrificada niña de 10 años que, para llegar cada día a su escuela desde su casa en la llamada Caleta Chica en Puerto Gala -un caserío ubicado en la comuna de Cisnes, en la Región de Aysén-, tenía que caminar por rutas rocosas y cruzar un río en una balsa de plumavit, y que en invierno a veces enfrentaba temperaturas de hasta 10 grados bajo cero. ¿Cuál fue el giro que encontró Aravena? Que todo era una absoluta farsa y que el país entero se la había creído.

Una fantasía tan espectacular, sin embargo, que fue reproducida sin parar por los diarios y los matinales ese año. Y que, incluso, cuando Aravena dejó al descubierto que fue la localidad completa la que la sostuvo para poder visibilizar sus carencias, tampoco generó el revuelo que uno esperaría. El reportaje que tituló “La verdadera historia de ‘la balserita’“, se convirtió en el ganador de la tercera edición del PPE.

En esta entrevista, Aravena, quien actualmente se desempeña como editor, productor ejecutivo y conductor en proyectos sonoros de Copesa -radio, podcasts y audiohistorias-, cuenta la trastienda de cómo fue desarmar esa fake news cuando aún ni siquiera existía ese concepto.

—¿Cuál fue el primer indicio que le hizo investigar a fondo el caso de “La Balserita”?

—Fue una casualidad. Yo había llegado el año 2000 a El Mercurio a trabajar a la revista Wikén. Entonces, cubría cine y en el sur (en Puerto Gala, específicamente) Andrés Wood estaba grabando la película “La fiebre del loco”.  Hablé con él porque quería entrevistarlo y aunque me dijo que no, fui igual hasta allá, y le dije: “Hola, estoy acá. Mala suerte”. Pasaron varios años de eso. Pero cuando me encontré con el caso de “La Balserita” y vi que estaban todos los matinales locos con esta historia, reconocí inmediatamente la isla donde estuve con Wood. Cuando entrevistaban a la niña, ella decía que quería ser modelo y bailarina. La vi como una historia de globalización, porque para “La fiebre del loco” tuvieron que tapar muchas antenas de televisión satelital piratas. Me pareció muy loco que en un lugar tan remoto, gracias a estas antenas, ella estuviera conectada con las aspiraciones de una niña que vive en Santiago, por lo que esa fue la historia que fui a contar.

“Uno podría haber dicho: ‘Esta historia ya está en los medios, fueron hasta los matinales a transmitir en directo desde allá, ya pasó, pero la gracia aparece cuando uno llega después de que el show termina, cuando ya están bajando del escenario”.

—Y una vez allá, ¿qué le hizo cambiar el foco?

—Bajándome de la lancha que tomé en Puerto Cisnes, en el muelle, me encontré con una persona y le conté lo que venía a escribir. Entonces, me dijo: “¿Y qué tanto? Si eso es mentira”. Y cuando pregunté que cómo podía ser una mentira, me contestaron que le preguntara a quien quisiera. A partir de ese momento cambió el foco y fui hablando con más gente que me fue contando la verdadera historia. No quise hablar con la niña, eso sí, porque la pobre es como una víctima y no quiso engañar a nadie. Pero sí fui a esperar al alcalde hasta que me atendiera, y cuando le dije “cuénteme cómo es verdaderamente esta cuestión”, me lo confesó: “Lo que pasa es que ella estaba ahí con esa balsa de plumavit, y dije: saquémosle una foto, y como de repente la cosa prendió, lo dejé así”. Según él, esa foto era la única manera de llamar la atención sobre el pueblo, específicamente sobre sus carencias, que son reales. Me pareció una historia aún más interesante, porque no era la de un estafador, era la historia de un engaño que le convenía a todo el mundo.

—Pero, ¿por qué indagar más en una historia que ya había pasado y que, además, se mostró tanto en la tele?

—Esta es una de las grandes lecciones que me dejó este tema. Uno podría haber dicho: “Esta historia ya está en los medios, fueron hasta los matinales a transmitir en directo desde allá, ya pasó”, pero la gracia aparece cuando uno llega después de que el show termina, cuando ya están bajando el escenario.

—El impacto que generó la falsa historia provocó que se le brindaran muchos beneficios, no solo a la niña en cuestión, sino que a Puerto Gala. ¿Pensó en algún momento que al desmentir el asunto podrían perder todo lo conseguido?

—No, para nada (…) no le iban a quitar nada porque la necesidad es real. Le podrían haber quitado el bote, pero eso es irrelevante porque, al final, ella no se movía en bote. Estamos hablando de una persona súper pobre, en una escuela súper pobre y en una comunidad necesitada de recursos.

¿Considera que hay mentiras que se justifican?

—No, no creo que haya mentiras buenas, pero entiendo su punto de vista y uno no está en posición de juzgarlos desde la comodidad de Santiago y con sus necesidades cubiertas. De hecho, cuando le atribuyeron a Dios que esto haya generado la atención de las autoridades y de los medios, me pareció una frase muy cándida, muy honesta, bonita incluso. En todo caso, la pega de uno es contar las cosas como son y no como conviene que sean.

“Me pareció muy loco que en un lugar tan remoto, ella estuviera conectada con las aspiraciones de una niña que vive en Santiago, por lo que eso fui a contar. (…) Bajándome de la lancha que tomé en Puerto Cisnes, en el muelle, me encontré con una persona y le conté lo que venía a escribir. Entonces fue que me dijo: ‘¿Y qué tanto? Si eso es mentira’. A partir de ese momento cambió el foco y fui hablando con más gente que me fue contando la verdadera historia.”.

—¿Cómo recuerda el ambiente? ¿Las personas sabían desde un principio que iba a desmentir los hechos?

—Había mucha rabia, porque percibían que unos se estaban aprovechando de otros. Por otra parte, yo sabía que cuando tuviera el testimonio del alcalde, el tema se cerraba. Apenas el tipo me confirmó que todo era irreal, salí de la municipalidad, llamé a mi editor y le dije: “No te vas a creer la historia que te tengo”.

—¿Qué pasó luego de que salió todo a la luz?

—Cuando publicamos, no pasó nada. De hecho, ese mismo fin de semana, a la niña y al papá los habían invitado a Fantasilandia. Estuvieron en portadas y nadie se dio cuenta de que nosotros habíamos sacado esta historia. Creo que cuando ganó el premio el reportaje se leyó más, pero en el momento pasó súper piola y fue porque ¿a quién le conviene que sea mentira una historia así? A nadie, pero a todos les servía que fuese verdad.

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