Premio Periodismo de Excelencia

Claudia Álamo:

“Ninguna entrevista es pan comido”

Claudia Álamo es especialista en entrevistas políticas y de alto impacto. Actualmente, conduce el programa radial ADN Hoy y colabora con La Tercera, aunque años atrás pasó por La Nación, Paula, Caras, Cosas, La Época y radio Zero. En aquellos medios ha marcado pauta por la sutileza y agudeza de sus preguntas. Una habilidad que la llevó en 2022 a coronar sus 30 años de trayectoria con el Premio Raquel Correa, una maestra indiscutible en el arte de entrevistar.  Ambas, además, comparten una especial coincidencia: ser madres de un hijo en situación de discapacidad. Álamo aborda en esta entrevista el oficio como si cocinara. Ese timing -dice- le ha permitido llegar a fondo con personajes tan disímiles como Raúl Ruiz o Pablo Longueira.

Por Sofía Concha Urrea

Fue galardonada con el Premio Raquel Correa como “Mejor Entrevistadora” en 2022, y tiene 30 años de trayectoria en el cuerpo, pero Claudia Álamo (53) confiesa estar nerviosa para esta conversación, como si aún fuera la estudiante que un día cruzó la cordillera de los Andes para estudiar periodismo en Argentina. “Los periodistas estamos acostumbrados a hacer las preguntas, no a responderlas”, dice mientras toma un café en el Tavelli de Manuel Montt. Para ella ninguna entrevista -y tampoco la que da ahora- es pan comido. Es que no se trata de poner una grabadora y hacer preguntas, sino de abordar al personaje estratégicamente hasta lograr entrar en él, como suele sostener.

Para entrar en Claudia Álamo es necesario leer sus trabajos. Comienzan en el diario La Época durante los tiempos de la transición democrática en Chile, y luego se extienden a una serie de revistas en papel. Fueron esos espacios –como Paula, por ejemplo– donde logró retratar íntimamente a Pablo Longueira, a Nicolás Eyzaguirre, Claudio Bunster (trabajos por los que fue seleccionada como finalista del PPE) o a Raúl Ruiz, entrevista que en 2003 fue premiada y que, como tantas otras, han dejado una impronta en la memoria.

La periodista siente nostalgia de esos lugares donde aprendió a llevar conversaciones como si fueran bailes que luego estructuraba como una arquitecta. Una cocina con pulsación sanguínea, capaz de remecer o atrapar al lector de principio a fin.

—En 2003, fue una de las primeras mujeres que ganó el PPE Escrito y lo hizo con una entrevista a Raúl Ruiz en Cannes que construyó luego de pasar un día completo con él. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

—Fue una experiencia increíble. Cuando le propuse que quería pasar el día con él, estaba un poco nervioso, pero accedió. Fuimos a desayunar al Hotel Martínez, que es el clásico donde se juntan las figuras, y después lo acompañé a una conferencia de prensa con los actores de una película que estaba haciendo. Era ir caminando con un mito al lado. Cannes tenía una valoración enorme por su figura y su apuesta cinematográfica era totalmente distinta. Cuando almorzamos, me acuerdo que tomamos bastante vino rosé y después hicimos la segunda tanda de la entrevista. Fue una experiencia muy atractiva porque durante el día ibas viendo al personaje en distintas facetas. En el texto, el Raúl Ruiz del desayuno no era el mismo que pasaba por la alfombra roja y se tomaba unas copas con otro directores de cine antes de volver al hotel. Poder ver esa mutación, ser testigo de sus conversaciones, de sus silencios o de cómo tomaba apuntes con su libreta, me alucinó. Yo pensé que era más enojón, más huraño, pero me pareció un tipo muy asequible y por momentos dulce cuando hablaba de su mamá. Sí tenía una mirada muy crítica de este Chile, esa la mantuvo siempre. Fue muy fácil entrevistarlo, en realidad. El desafío era intelectual: estar a la altura de su cabeza, de su universo.

“Lo esencial para mí, es el enorme valor con que ella (Raquel Correa) se sentaba frente a cualquiera. Uno no sabía si le caía mal o bien porque los trataba a todos iguales. (…) En eso Raquel Correa fue una maestra, una precursora que logró clavar banderas respecto del buen modo de realizar una entrevista: desde la preparación de su trabajo a la manera en que los abordaba a todos con distancia. Para mí esa es la herencia más importante”.

—¿Cómo se prepara una entrevista así? Pensando en las herramientas de esos años…

—Que yo recuerde, no tenía celular. Tampoco tenía archivo pero me aboqué a pensar qué tipo de entrevista quería, y cómo iba a perseguir a este personaje. Yo entendía que no era una entrevista contingente sino que lo mío tenía que ser una suerte de entrevista perfilada. Yo tenía un marco por donde ir, pero me dejé fluir también por la conversación para poder entrar al universo Ruiz. Entrar en el personaje, eso era lo que me parecía más atractivo.

—En su entrevista al ex ministro y ex senador Pablo Longueira (UDI), titulada “Longueira desarmado” (Paula, 2004), comienza preguntándole por qué siempre está enojado. ¿Por qué elige partir así para entrar en él?

—La entrada de una entrevista siempre depende del personaje, de su formato y del lugar donde va a ser publicada. En el caso de Longueira, era para la revista Paula, que era un espacio en que no solían llevar política, por lo que la apuesta fue tomar a los personajes desde otro lado. Yo sentí que Longueira -al menos en ese tiempo- era un tipo que estaba siempre muy enojado, pero que también era demasiado asertivo, vehemente. La primera pregunta quizás tuvo la función de bajarle rápidamente la guardia, de despejar las cejas fruncidas y permitir que la conversación pudiera fluir. Esa fue una entrevista que duró muchas horas.

—Hay momentos tensos en la entrevista. De hecho, él le dice que encuentra que sus preguntas son poco objetivas.

—Cuando tienes una persona que es muy fuerte y muy categórica en frente, no tienes que tomarte esa situación como algo personal. Yo entendía que las entrevistas con Pablo Longueira son conversaciones frontales, que muchas veces van al choque y por eso nunca me sentí incómoda. Me parecía que ese era el tono que daba cuenta de su personalidad. Me encantan los entrevistados desafiantes y complejos, creo que son las entrevistas mejor logradas.

—Eso es interesante, hacer que las entrevistas muestren la personalidad del personaje por sí mismas.

—Las entrevistas tienen que dar cuenta de la personalidad de los entrevistados, porque si todas fueran iguales, no podrías mostrar cuál es la diferencia entre uno y otro. Sobre todo los políticos tienen personalidades muy establecidas. Como yo hago periodismo político -hace muchas décadas ya- y los he visto actuar en negociaciones, en conversaciones, me propuse dar cuenta de su carácter para poder acercar al lector a una dimensión del personaje con profundidad y rigurosidad, fuera de lo que se veía en las noticias o los diarios.

—Y es tanta la profundidad que logró que le preguntó sobre la sexualidad de sus hijos.

—Sí. Preguntarlo directamente logró retratar como él piensa sobre ciertos temas. Convengamos que ese Chile era distinto al de hoy. Y que en ese momento la agenda valórica era muy prohibida y muy polar. Ni siquiera se mencionaba la palabra gay o se hablaba de derechos de diversidad sexual. En ese sentido, me parecía importante que un político de derecha permitiera ver el trasluz de las discusiones que se iban a llevar en el Congreso. Me parecía importante que un personaje de la UDI, que además tiene una familia grande, pudiera dar cuenta de su mirada. Son las personas que toman las decisiones en las políticas públicas, las que tienen que ver finalmente con la evolución o no de las sociedades. No era una pregunta puntuda porque sí, era atingente para el debate que la sociedad estaba teniendo en ese minuto.

“Cada entrevista es súper agotadora para mí. Es desafiante desde que pienso al personaje hasta que la hago. (…) Aunque sea el mismo personaje que has hecho 40 veces, siempre me angustio y me estreso. Después vuelvo y entro en unos verdaderos estado mentales muy intensos, me lo tomo súper en serio”.

—En 2005, tras entrevistar a Nicolás Eyzaguirre, artículo que lleva por nombre “El ministro: sus cuentas personales” (Paula, 2005) confesó que esa fue una conversación que “quedó en su punto”. ¿Qué destaca específicamente?

—Esa entrevista fue muy potente porque Nicolás en sí es un personaje muy trabajado. Pasamos de confesiones muy íntimas a declaraciones muy lúcidas y momentos difíciles. 

—Como que hablara de que había perdido un hijo…

—Sí, fue un desafío que la emocionalidad no convirtiera esto en un pastel de fresa. Me sentía muy responsable de ser pudorosa, y en la medida justa de que esa era una confesión y no un melodrama que fuera el titular. La idea era que no escucháramos al ministro de Hacienda ni a las arcas fiscales del país, y funcionó porque él abrió su corazón. Yo no estaba ahí para cuidarlo pero tampoco para convertir esa entrevista en una frivolidad. En ese sentido, creo que quedó a punto. No se pasó de la raya de ser sensacionalista y dio cuenta de la profundidad de un personaje. Creo que tiene que ver con el debate de lo público, porque años después cuando se hablaba del aborto en tres causales y de los casos de muchas mujeres en Chile que han tenido que parir un hijo muerto, sabíamos que acá hubo ministro de Estado que tuvo que acompañar a su mujer sabiendo que su hijo iba a nacer muerto. Aportaba a un debate futuro sin saberlo en ese minuto. 

—¿Y con la entrevista premiada con el PPE del expresidente de la Sofofa, Felipe Lamarca (La Tercera, 2006), sintió lo mismo? Aquella se tituló con una potente cuña: “El país no va a cambiar mientras las élites no suelten la teta”.

—El caso de Felipe Lamarca fue distinto. Yo salí de nuestro encuentro, me acompañó hasta el auto y me dijo: “¿Qué te pareció la entrevista?” Le respondí: “Perdona que sea así, pero la encontré fome”. A pesar de que me parecía que había un análisis de la sociedad súper importante e interesante, no fui capaz de ver que esa entrevista era un diagnóstico muy anticipado de lo que Chile iba a vivir o de lo que iba a colapsar: la burbuja de la élite y un pueblo cansado del abuso. Él no era cualquier persona, era un empresario de la élite. Alguien que habitaba ese mundo, creo que ese era el mayor mérito.

Pensando en todas las entrevistas que ha hecho, ¿cuál ha sido la que más la marcó?

—No lo sé. Lo que pasa es que cada entrevista es súper agotadora para mí. Es desafiante desde que pienso al personaje hasta que la hago. Ninguna entrevista es pan comido. Aunque sea el mismo personaje que has hecho 40 veces siempre me angustio y me estreso. Después vuelvo y entro en unos verdaderos estado mentales muy intensos, me lo tomo súper en serio. Hay entrevistas con Michelle Bachelet que también fueron muy potentes, pero no, no sabría decir si tengo una preferida.

—¿ Y hay alguna entrevista que, pese a su deseo, no se haya logrado?

—Hay un solo personaje en mi vida que no he podido entrevistar queriendo hacerlo: Juan Cristóbal Guarello. He ido hasta su casa con la grabadora, comenzamos la entrevista incluso pero en el camino no pudimos vincularnos. En el minuto dije: “Esto no va a funcionar”.

—¿Cómo cree que entrevistas de largo aliento (como las suyas) se pueden adaptar a las nuevas plataformas?

—Probablemente, pasa por un tema de audiencia. Y ahí, el desafío del periodismo es hacer atractivas las entrevistas, los textos, los reportajes y los perfiles. La sociedad cambió. Lo hablaba la otra vez Pepa Bueno, directora de El País: el enorme desafío del periodismo es tratar de llegar con el mensaje y la conversación por distintos canales. La profundidad también es importante, pero no todo el mundo tiene ganas de leerse una entrevista de tres páginas. Estamos en ese ajuste, haciéndolo sobre la marcha. 

“Las entrevistas tienen que dar cuenta de la personalidad de los entrevistados, porque si todas fueran iguales no podrías mostrar cuál es la diferencia entre uno y otro. Sobre todo los políticos, tienen personalidades muy establecidas. (…) Me encantan los entrevistados desafiantes y complejos, creo que son las entrevistas mejor logradas”.

—¿Cómo ve, en ese sentido, la mutación del periodismo? ¿Con nostalgia o con esperanza?

—Las dos cosas a la vez: soy una nostálgica total del mundo de la revista, y no es solo que el papel tenga un gramaje distinto o un satinado diferente, es que la revista te exige una mirada más a largo plazo, hacer una apuesta distinta para que el contenido valga la pena. Eso me da mucha nostalgia. También el diario, eso de sentir el papel, la tinta. Yo crecí en ese periodismo y lo añoro. Pero también veo algunos proyectos que son increíbles, que en una pequeña historieta te cuentan la noticia, la capacidad que tienen para poder resumir. 

—¿Y cree que la dificultad solo está ahí?

—No, porque aunque te vas encontrando con elementos multiplataformas para poder cubrir el periodismo, hay otras cosas terribles como los periodistas asesinados y los poderosos que hay detrás, que no se acabaron y cuesta enfrentarlos porque sus tentáculos van mucho más por abajo. Yo estoy hablando de reporteros que se enfrentan a poderes reales, como cubrir narcotráfico en México o pandillas en Centroamérica, y que han buscado maneras de poder sobrevivir. (…) Lo que pasa en redes sociales es algo muy complejo. Eso de publicar cualquier cosa y no chequear la información. Podría ser una mentira, pero por la ansiedad de salir primero no te aseguras. Realmente nos falta debatir mucho más respecto de cómo vamos a regularnos los periodistas y los medios para no ser prisioneros de los tentáculos de los poderosos. Pero tengo esperanza, porque no se va a acabar nunca la necesidad de informarse y de encontrarse con historias.

—Hace poco ganó el Premio Raquel Correa 2022, otorgado por la Asociación Nacional de Mujeres Periodistas a la mejor entrevistadora del año. ¿Hay algo de la escuela de Raquel Correa que aplique en su forma de entrevistar?

—No tuve la posibilidad de compartir con ella como para nutrirme de su método, como sí me ha pasado con Mónica González, a quien conocí en La Nación. Pero leía sus entrevistas, las subrayaba y esperaba los domingos para escucharla. Creo que las entrevistas de Raquel Correa tenían agudeza. Era capaz de enfrentarse a personas realmente de poder en ese tiempo, al mundo de los políticos en dictadura. Ese era el espacio que ella habitaba y, por lo tanto, sus entrevistas eran un aporte importante al diálogo democrático. Lo esencial para mí, es el enorme valor con que ella se sentaba frente a cualquiera. Uno no sabía si le caía mal o bien porque los trataba a todos iguales. Eso es inconmensurable para el periodismo, tener la capacidad de conversar con el que sea, del color político que sea y siempre desde tu mismo lugar. En eso Raquel Correa fue una maestra, una precursora que logró clavar banderas respecto del buen modo de realizar una entrevista: desde la preparación de su trabajo a la manera en que los abordaba a todos con distancia. Para mí esa es la herencia más importante porque habla de la independencia del periodismo. 

—En el discurso que dio al recibir el premio habló de una especial coincidencia entre ambas. Tanto usted como ella tienen hijos con discapacidad.

—Sí. En algún minuto leí que Raquel Correa tenía un hijo con discapacidad y que trabajaba mucho desde su casa porque era importante estar medianamente cerca de su familia. Años más tarde, yo también me convertí en madre de un hijo con discapacidad. Entonces, he logrado entender la enorme convicción que ella tenía sobre su trabajo, sobre sus entrevistas, porque navegar en esas dos aguas a la vez, créeme que no es fácil. Todas las maternidades son súper demandantes, pero un hijo con necesidades especiales lo es aún más. Por lo tanto, hacer entrevistas de altísimo tonelaje como las que hacía ella teniendo al interior de su casa una enorme demanda con su hijo, es algo que para mí hizo que la imagen de Raquel Correa creciera, se agigantara.

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