Premio Periodismo de Excelencia

Cristián Ascencio:

“Las historias locales tienen una fuerza narrativa increíble que hace que mucha gente empatice”

Pese a que la centralización es una problemática de la que no siempre logra escapar el periodismo, Cristián Ascencio (42) es uno de los cronistas que ha logrado abrirse camino y darle trascendencia y profundidad al trabajo que levanta desde regiones. Junto a la destacada periodista de Bolivia, Nelfi Fernández, ganó la categoría de reportajes del PPE Escrito 2018 con “Mujeres carne de cañón del narcotráfico”, un texto que muestra con crudeza y humanidad cómo se realiza el intercambio de drogas entre mujeres en la frontera de Bolivia.

Por Geraldine González

Nació y se formó como periodista en Concepción. Y con solo 23 años, entró a trabajar en el diario El Llanquihue de Puerto Montt, su primer empleo. A pesar de que su labor en esa redacción era cubrir las noticias del día, a Cristián Ascencio esta rutina no lo llenaba, esperaba más. “Siempre supe que quería hacer algo más significativo y a largo plazo”, confiesa sobre un camino en el que se ha curtido a punta de porfía y persistencia, y por amor a la crónica.

En esa búsqueda se unió a Connectas, una plataforma con base en Colombia dedicada a la producción, intercambio, capacitación y difusión de información mediante la promoción de alianzas entre periodistas de diferentes países de América, los cuales abarcan principalmente temáticas sociales y políticas. Allí, Ascencio fue parte de la primera promoción del Programa de Formación Intensiva de Editores, lo que le abrió la puerta a participar en reportajes colaborativos transnacionales, explotando con ello una tendencia que ha tomado fuerza en la región durante los últimos años.

Son precisamente ese tipo de trabajos los que lo han llevado a ser reconocido en dos oportunidades en el PPE, aquellos que el profesional considera que son “historias universales que cargan tanto amor y alegrías como también muerte e injusticias”.

Primero fue en 2018, por el reportaje “Las mujeres carne de cañón del narcotráfico“, que el editor de crónicas de El Mercurio de Antofagasta realizó junto a la periodista Nelfi Fernández, del diario boliviano El Deber, y Carlos Luz, de La Estrella de Iquique. La investigación publicada en simultáneo por los tres medios se adjudicó ese año el premio al mejor reportaje del PPE Escrito. Y tres años después, Ascencio fue finalista por la investigación que hizo desde Antofagasta junto a periodistas de Connectas, Ciper y Salud con Lupa (Perú) sobre los sobreprecios y vínculos familiares en compras públicas a empresas creadas durante la pandemia.

—¿Es muy difícil hacer periodismo desde las regiones?

—Siento, y puede que esté muy equivocado, que la única desventaja que tienen los diarios regionales, es que es un trabajo que le falta más profundidad. Deberían apostar por algo diferente, algo con más análisis, porque sé que muchos periodistas tenemos las ganas de realizarlo pero se prefieren cubrir las pautas oficiales del día y ya. Hay equipos pequeños, de por lo menos seis personas que tienen que llenar un diario todos los días, y se esfuerzan mucho, pero las jefaturas no los aprovechan para cuerpos de reportajes. Súmale que no cuentan con un equipo completo tampoco. No hay fotógrafos ni muchos menos periodistas deportivos. Según estos medios, no cuentan con los recursos suficientes, pero lo cierto es que no quieren financiarnos. El periodismo no es lo que está en crisis, lo que está en crisis son los modelos y los medios tradicionales.

—Géneros como la crónica y el periodismo de investigación suelen tener más espacios en los medios de Santiago. ¿Cómo logró contar historias en profundidad y cuánto de la pasión del cronista es la que le hizo persistir?

—Siempre supe que quería ver temas en profundidad. Realizaba agendas propias, pero fue muy, muy difícil.  Sentí la responsabilidad de contar historias que no estaban siendo escuchadas. “En lo local uno encuentra la esencia de lo universal”, se dice. Y sí, las historias locales tienen una fuerza narrativa increíble que hace que mucha gente empatice con experiencias que jamás ha vivido. Por ejemplo, puedes empatizar con el pueblo de Quillagua, una zona en que la contaminación producida por la minería en el Río Loa, terminó matándola, a tal punto que causó el traslado de todos los habitantes. En conclusión, se trata de historias universales que cargan tanto amor y alegrías como también muerte e injusticias.

“Siento que la única desventaja que tienen los diarios regionales, es que es un trabajo que le falta más profundidad. Deberían apostar por algo diferente, algo con más análisis, porque sé que muchos periodistas tenemos las ganas de realizarlo pero se prefieren cubrir las pautas oficiales del día y ya. (…) Según estos medios, no cuentan con los recursos suficientes, pero lo cierto es que no quieren financiarnos”.

—Hablando sobre el trabajo colaborativo que dio a luz a la crónica “Mujeres carne de cañón del narcotráfico”, ¿cómo logró infiltrarse en esta realidad y qué fue lo más difícil?

—Primero que todo, nos auto impusimos reglas éticas súper altas para poder contar esta historia de una manera que aportara a la sociedad. No sé si lo logramos, pero por lo menos tratamos de que todo el proceso tuviera los estándares críticos más altos posibles. Estas reglas estaban relacionadas sobre todo con la transparencia. En caso de hablar con las mujeres en las cárceles, debíamos ponernos de acuerdo en qué les íbamos a decir. Sucede mucho que los periodistas prometen cosas que están fuera de su alcance para concretar una entrevista. En este caso, perfectamente pude decirles “te voy a sacar de acá”, sin embargo, fuimos completamente honestos. Ellas sabían que no las podíamos sacar de la cárcel, pero además tenían que ser conscientes de lo que conllevaba aceptar ser entrevistadas, porque uno de los riesgos de salir públicamente con nombre y apellido era que tuvieran problemas con los mismos tipos que las enviaron con los ovoides. Por otro lado, también tenían la oportunidad -desde el comienzo- de ser testigos anónimos, o de simplemente no salir en la entrevista. Siempre nos preocupamos de que se sintieran seguras. Incluso cuando ya aceptaban, les repetíamos la pregunta: “¿Estás segura?”. Claramente, era una forma de auto boicotear nuestro trabajo, pero priorizábamos su comodidad. Al final, una sola mujer quiso salir con su rostro y nombre verdadero. Nuestro objetivo principal era que, a través de sus historias, se pudiera advertir a otras mujeres de que no reciban estos ofrecimientos del narco para transportar droga.

“Aprendí que se puede hacer un periodismo transfronterizo, el cual requiere de procesos de confianza entre todos los involucrados. Es mucho más lento, pero a la vez, se llega más lejos. (…) Me di cuenta de que, más que contar problemas al mundo, uno debe aportar soluciones. A veces no se puede, a veces la historia es así y ya, pero cuando se puede, hay que tratar de hacerlo”.

—¿Las mujeres son las que más caen presas por delitos de narcotráfico?

—Es muy poco sabido en Bolivia que las mujeres, al caer presas, les dicen a sus familias que están trabajando de temporeras o asesoras del hogar, u otra cosa para ocultar la vergüenza de haber sido arrestadas. Por lo mismo, se genera un círculo de silencio en torno a este tema, y se desconoce la cantidad de mujeres que son las encargadas de transportar ovoides en nuestro país. Eso no se sabe en Bolivia, pero hay más de mil detenidos por año a causa del transporte de ovoides. Seamos reales… si nosotros tuviéramos más de mil chilenos detenidos en cualquier país del mundo, por lo que sea, sería algo escandaloso. Realizamos un trabajo de datos generales y observamos dos fenómenos: el primero es que todos los presos en Chile por transporte de ovoides o paletas son de nacionalidad boliviana. Segundo, que un tercio de ellos, eran mujeres. Sé que siguen liderando los hombres, pero no hay un delito con tanta feminización como las drogas. Hace 10 años, este delito albergaba el 10% de las mujeres, pero rápidamente ha ido subiendo la cifra, porque los narcotraficantes se dieron cuenta de ciertas mecánicas de las policías. Vieron que a los hombres los revisaban más, por ende, en algún momento lo cambiaron.

—¿Cómo fue trabajar en un equipo multicultural y qué aprendiste de esa experiencia?

—Aprendí que se puede hacer un periodismo transfronterizo, el cual requiere de procesos de confianza entre todos los involucrados. Es mucho más lento, pero a la vez, se llega más lejos. De ahí agradezco enormemente a Nelfi, una periodista de Bolivia que le pudo dar un enfoque súper humano y empático a “Mujeres carne de cañón del narcotráfico”. Me di cuenta de que, más que contar problemas al mundo, uno debe aportar soluciones. A veces no se puede, a veces la historia es así y ya, pero cuando se puede, hay que tratar de hacerlo.

“En lo local uno encuentra la esencia de lo universal, se dice. Y sí, las historias locales tienen una fuerza narrativa increíble que hace que mucha gente empatice con experiencias que jamás ha vivido. Se trata de historias universales que cargan tanto amor y alegrías como también muerte e injusticias”.

—Considerando los costos del periodismo de investigación, ¿recomiendas a los medios aplicar el periodismo colaborativo?

—La investigación es la razón de ser de un medio. Sin ella, ¿para qué tenerlo? Es como si un hospital no tuviera urgencias o pabellón para operar a la gente. Es costoso, sí, pero necesario.

—Las nuevas generaciones de periodistas están formándose en la era tecnológica, un mundo completamente distinto al periodismo tradicional, ¿cómo ves toda esa mutación?

—No me considero una persona apocalíptica respecto a las redes sociales. No soy un gran usuario, pero siento que es una oportunidad para llegar a más audiencias y eso me parece interesante. Hay ciertos mitos: que los jóvenes leen menos, por ejemplo, pero yo creo que los jóvenes leen más, lo que pasa es que lo hacen por otras vías. De lo que sí soy crítico es del reporteo en redes sociales, porque soy más de la metodología del puerta a puerta, del cara a cara, etc. Muchas veces nos pasa que escribimos algo, nos gusta, lo publicamos y pensamos que tiene que llegar a todo el mundo porque sí, pero no sucede porque existen miles de cosas que están circulando a la vez, entonces, también hay que hacer el esfuerzo de difundir. Como dice el Premio Gabo: “Además de ser bueno, que se sepa”.

“La investigación es la razón de ser de un medio. Sin ella, ¿para qué tenerlo? Es como si un hospital no tuviera urgencias o pabellón para operar a la gente. Es costoso, sí, pero necesario”

—Pero hay historias que no caben en un hilo de Twitter o en un posteo de Instagram.

—La crónica. No veo un trabajo de Leila Guerriero en un hilo de Twitter, aunque sí es posible construir un arco narrativo en redes sociales.

—¿Qué le recomiendas a las personas que también quieren descentralizar el periodismo con historias de calidad?

—Les diría que la frase: “Siento que cualquier cosa se puede contar de cualquier manera, solo se necesita la técnica y el talento” es mentira, porque la verdad es que se requiere mucho trabajo. No todos nacemos con un talento innato como García Márquez. En este sentido, creo en tomarse las historias en serio y en no rellenar con palabras floridas. Mientras más horas pases haciendo entrevistas, revisando documentación y conversando con personas, la historia te quedará cada vez mejor.

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