—En 2005, tras entrevistar a Nicolás Eyzaguirre, artículo que lleva por nombre “El ministro: sus cuentas personales” (Paula, 2005) confesó que esa fue una conversación que “quedó en su punto”. ¿Qué destaca específicamente?
—Esa entrevista fue muy potente porque Nicolás en sí es un personaje muy trabajado. Pasamos de confesiones muy íntimas a declaraciones muy lúcidas y momentos difíciles.
—Como que hablara de que había perdido un hijo…
—Sí, fue un desafío que la emocionalidad no convirtiera esto en un pastel de fresa. Me sentía muy responsable de ser pudorosa, y en la medida justa de que esa era una confesión y no un melodrama que fuera el titular. La idea era que no escucháramos al ministro de Hacienda ni a las arcas fiscales del país, y funcionó porque él abrió su corazón. Yo no estaba ahí para cuidarlo pero tampoco para convertir esa entrevista en una frivolidad. En ese sentido, creo que quedó a punto. No se pasó de la raya de ser sensacionalista y dio cuenta de la profundidad de un personaje. Creo que tiene que ver con el debate de lo público, porque años después cuando se hablaba del aborto en tres causales y de los casos de muchas mujeres en Chile que han tenido que parir un hijo muerto, sabíamos que acá hubo ministro de Estado que tuvo que acompañar a su mujer sabiendo que su hijo iba a nacer muerto. Aportaba a un debate futuro sin saberlo en ese minuto.
—¿Y con la entrevista premiada con el PPE del expresidente de la Sofofa, Felipe Lamarca (La Tercera, 2006), sintió lo mismo? Aquella se tituló con una potente cuña: “El país no va a cambiar mientras las élites no suelten la teta”.
—El caso de Felipe Lamarca fue distinto. Yo salí de nuestro encuentro, me acompañó hasta el auto y me dijo: “¿Qué te pareció la entrevista?” Le respondí: “Perdona que sea así, pero la encontré fome”. A pesar de que me parecía que había un análisis de la sociedad súper importante e interesante, no fui capaz de ver que esa entrevista era un diagnóstico muy anticipado de lo que Chile iba a vivir o de lo que iba a colapsar: la burbuja de la élite y un pueblo cansado del abuso. Él no era cualquier persona, era un empresario de la élite. Alguien que habitaba ese mundo, creo que ese era el mayor mérito.
—Pensando en todas las entrevistas que ha hecho, ¿cuál ha sido la que más la marcó?
—No lo sé. Lo que pasa es que cada entrevista es súper agotadora para mí. Es desafiante desde que pienso al personaje hasta que la hago. Ninguna entrevista es pan comido. Aunque sea el mismo personaje que has hecho 40 veces siempre me angustio y me estreso. Después vuelvo y entro en unos verdaderos estado mentales muy intensos, me lo tomo súper en serio. Hay entrevistas con Michelle Bachelet que también fueron muy potentes, pero no, no sabría decir si tengo una preferida.
—¿ Y hay alguna entrevista que, pese a su deseo, no se haya logrado?
—Hay un solo personaje en mi vida que no he podido entrevistar queriendo hacerlo: Juan Cristóbal Guarello. He ido hasta su casa con la grabadora, comenzamos la entrevista incluso pero en el camino no pudimos vincularnos. En el minuto dije: “Esto no va a funcionar”.
—¿Cómo cree que entrevistas de largo aliento (como las suyas) se pueden adaptar a las nuevas plataformas?
—Probablemente, pasa por un tema de audiencia. Y ahí, el desafío del periodismo es hacer atractivas las entrevistas, los textos, los reportajes y los perfiles. La sociedad cambió. Lo hablaba la otra vez Pepa Bueno, directora de El País: el enorme desafío del periodismo es tratar de llegar con el mensaje y la conversación por distintos canales. La profundidad también es importante, pero no todo el mundo tiene ganas de leerse una entrevista de tres páginas. Estamos en ese ajuste, haciéndolo sobre la marcha.